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Jesus Valencia Educador Social

La solidaridad se llama boicot

La respuesta que reclama el holocausto palestino debiera de ser más contundente y duradera. La solidaridad con Gaza se llama boicot. Múltiple en sus expresiones: económicas, políticas, culturales, deportivas, sociales. Riguroso, como los bloques de hormigón que conforman el muro

El rostro desencajado de aquella mujer palestina traslucía un dolor inmenso y una rabia infinita. Gesticulaba ante la cámara como si, en lugar del reportero, tuviera ante ella a un mundo ávido por escucharla. Quizá pensó que la Unión Europea, cuando conociera la tragedia de su pueblo, reaccionaría. ¡Pobre mujer!

Esa UE en la que ella soñaba, no existe. Quedan lejos los días en que los desheredados ocuparon la Bastilla y guillotinaron al rey. Poco queda de aquel vigoroso proletariado que tomo el Palacio de Invierno y se liberó de los zares. La Europa que fue cuna de revoluciones es hoy uno de los núcleos más agresivos del capitalismo mundial. Sus fuerzas armadas están encuadradas en la OTAN, el ejército unificado del imperialismo. Sus gobiernos, alardeando de un poder falso, actúan como marionetas de Washington. Los monumentos de esta esplendorosa Europa rezuman sangre de pueblos expoliados. La UE hizo del colonialismo una de sus señas de identidad y se sigue aferrando a él como garantía de su injusto bienestar. Por eso encubre, defiende, financia y arma al Estado de Israel; el sionismo, como potencia agresiva y colonial, pertenece al mismo club.

La población europea, en buena mediada, se identifica con ese modelo social y político. Por eso ha mantenido un proceder tan patético y ruin durante estas fiestas recién celebradas. Fascinada por el artificio luminoso de la navidad no ha visto el mortífero fogonazo de los misiles hebreos. Embobada con las tonadillas de los villancicos, no ha querido escuchar el llanto de los palestinos. Sólo ha mirado hacia Oriente para aturdir a sus criaturas con reyes imaginarios y con un alud escandaloso de regalos. Se ha encerrado en una gruesa burbuja de interminables festejos familiares para protegerse del olor nauseabundo que despiden los muertos gazetíes.

Por suerte, existe otra Europa más sensible, comprometida y solidaria. La que ha sabido compaginar fiesta y reivindicación; la que, afrontando las inclemencias invernales, ha salido a la calle a denunciar el genocidio; a la que le ha sabido amargo el turrón y ha tenido presente el holocausto palestino hasta en los momentos más entrañables. Se ha lanzado por millares a las calles y ha colapsado las redes electrónicas queriendo trasladar en cada mensaje información, denuncia y rabia.

Esta Europa es tan real y mucho más humana que la otra. Cada gesto de solidaridad que realiza, por pequeño que sea, tiene un valor incalculable. Pero este humanismo ocasional no basta. Ya lo pudimos constatar en aquellas manifestaciones gigantescas contra la invasión imperialista en Irak. Callaron las calles pero siguieron rugiendo los bombarderos y gimiendo las familias iraquíes.

La respuesta que reclama el holocausto palestino debiera de ser más contundente y duradera. La solidaridad con Gaza se llama boicot. Múltiple en sus expresiones: económicas, políticas, culturales, deportivas, sociales. Riguroso, como los bloques de hormigón que conforman el muro. Tenaz, como los olivares que el sionismo destroza. Diario, como los controles en los que se desangran las parturientas palestinas.

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