Pako Aristi Escritor
Desmontando mitos culturales insalubres
Tecleo el nombre de Mikel Laboa en Google y me encuentro, ya en la primera página, con una noticia del «Diario de Sevilla»: «Fallecen los cantautores Joan Baptista Humet y Mikel Laboa». Y dice la primera frase del lead: «La música española ha perdido a dos de sus referentes históricos recientes más indiscutibles».
Abriendo más el círculo geográfico de la cuestión, ¿cuándo programó Radio Nacional por última vez una composición de Laboa? ¿Cuándo se le vio por última vez en una entrevista de la televisión pública? Si era un músico español de referencia, ¿tuvo en los medios de comunicación españoles un lugar de referencia al lado de Joaquín Sabina, Miguel Bosé o Raphael?
Siguiendo con el artículo del «Diario de Sevilla», se describe su labor diciendo que era cantautor, músico y poeta vasco, que se dedicó a difundir y actualizar la tradición oral vasca. Ejercen una asimilación de lo vasco como propio de lo suyo español, pero basado únicamente en la dominación, nunca en el amor de sentir lo vasco como algo que me atrae, me enriquece, algo que debo cuidar y mimar.
Hablan de tradición oral vasca. ¿Cómo es la tradición oral vasca? ¿Es en español? He ahí una pista interesante: la tradición oral vasca es en euskera. Tradición quiere decir historia, transcurrir de siglos, poso de memoria lingüística. ¿Por qué no existe una tradición oral vasca en español? ¿No será verdad, tal vez, eso que tanto se repite de que el español es también un idioma más de los vascos? A principios del siglo XX vivían en el País Vasco 600.000 personas, de las que 500.000 hablaban euskera, a pesar de las leyes restrictivas hacia nuestro idioma que el estado español llevaba dos siglos aplicando.
Definen a Mikel Laboa como poeta vasco. Mikel fue cantante, músico y un actor excepcional, pero no fue poeta. Pero he aquí que, en el mismo diario, se recogen unas declaraciones de alguien bien cercano, Iñaqui Arriola, secretario general de los socialistas de Gipuzkoa, que viene a elogiar «la belleza de sus canciones y de la poesía que escribía». Puedo percibir claramente el eco oculto de las palabras de Arriola: «Mikel Laboa era un tostón, no tengo puñetera idea de lo que hizo, pero es famoso, he de subirme al carro y declarar algo bonito». Así, la clase política, esa que promueve estrategias culturales basadas en el despilfarro en edificios excesivos cobrados en oro por arquitectos famosos y ningunean al creador de la cultura, se abraza al cadáver del cantante, sabiendo que ellos sí despiertan pasiones y calculando que, tal vez, algunas gotas de esa pasión puedan disimular su mediocridad.
El diario sevillano recogía unas declaraciones de Odón Elorza. Decía lo siguiente: «Mikel Laboa fue y seguía siendo un referente cultural que traspasó los límites localistas y se proyectó a nivel nacional al frente de la vanguardia en los años 60-70». Me asombra que un cargo público relevante defina a ese país, si no entiendo mal sus palabras, como un límite localista. «Límite» es algo que cercena, que tapona la expansión. «Localista», prescindiendo de todo eufemismo, lo entendemos todos como pueblerino, aldeano. «Proyectó» quiere decir que se hizo valer, lo valoraron. Y «a nivel nacional», quiere decir a nivel nacional de España, claro. Aquí se dice cualquier cosa y, como tenemos los resortes mentales totalmente adormecidos, lo aceptamos todo como bueno. Y añadiría que aldeano no es más que aquel que ve la belleza suprema fuera, lejos, en la metrópoli, en Madrid, o en New York, tal vez, mientras soporta mal que bien la cultura de aquí, esto de aquí, y presa del complejo de inferioridad trae, pagándolo con dinero público, a artistas americanos, españoles, para que nos den brillo a nosotros, que somos tan grises.
Casualmente me han salido de la manga dos políticos socialistas, precisamente en plena campaña electoral donde Patxi López ha de demostrar el cariño socialista por la cultura vasca en vasco, como diría él, pero ni el nacionalismo gobernante ni sus medios de comunicación se han lucido con la canción vasca. La manipulación de iconos amados por la sociedad se da a todos los niveles. Pocos días después de despedir las cenizas de Mikel Laboa, el departamento de cultura del Gobierno Vasco hubo de pedir públicamente perdón a la familia de Laboa por decir una mentira, cuando afirmaron, en un intento por quitarse de encima la lluvia de críticas por la subvención a Kepa Junkera, que Mikel también recibió dinero del Gobierno Vasco para editar un disco.
Por último está la gran pregunta: ¿Quién es cantante vasco? Me la tuve que hacer el año 1985, cuando escribí la historia de la nueva canción vasca. Y la respuesta fue sumamente sencilla: aquél que canta en euskera. Por esta razón tuve que descartar a Mocedades, pero también a Kortatu, que entonces aún cantaba en español y en su primer disco sólo había publicado dos o tres canciones en euskera. ¡Cuán criticado fui por esto! Porque hay aquí una izquierda antes llamada «radical» en la que hay gente que prescinde del euskera y le parece que ese pequeño pecado de no saberlo ni querer aprenderlo es algo que se puede perdonar.
Los que no perdonan son algunos periodistas malintencionados que nos preguntan: «¿Mikel Erentxun no es canción vasca?». Pues no, respondo yo. ¿Es Julio Iglesias parte de la historia de la canción de Estados Unidos, al lado de Bruce, Dylan y Dolly Parton? No, es un cantante español afincado en Miami. Mikel Erentxun hace canción española afincado en Donostia, nacido en Donostia, hace pop-rock y lo hace bien. Sin más. ¿Qué problema debe tener Erentxun con eso? Ninguno. ¿Y los periódicos? Tampoco. ¿Y la canción vasca? Menos.
Por parte de la cultura española hay una asimilación de la vasca, pero sólo a nivel nominal, que conste que aún no se diferencian de nosotros, pero sin los derechos que reportaría una pertenencia identitaria completa, como entrevistas en todos los medios españoles, conciertos en sus principales festivales, etc. El diario «El País», como tantos otros, publicó un obituario de Mikel Laboa, pero ¿cuántas veces, en los 30 años de existencia de dicho periódico, se le entrevistó mientras vivía? ¿Sería atrevido decir que nunca? Pues me atrevo a decirlo.
Hablo de todo esto porque hablamos de identidad, y la identidad se forma con todas estas piezas, más un estado propio. Se habla mucho de la desaparición de fronteras, pero los estados existentes no proponen su disolución. Eso me suena como cuando ricos muy ricos aparecen quitando importancia al dinero. Tiene mucha importancia si no se tiene, y la pierde cuando se tiene. Se vuelve natural. Como pasa con los estados. Es natural la exaltación española a todos los niveles y la implantación de banderas. Si los vascos hacen lo mismo es nacionalismo exacerbado y excluyente. Un estado convierte en normal la difusión de su cultura y de su lengua, y no se topa con otro que inflige recortes en sus derechos lingüísticos.
Y el colonialismo mental se vuelve rampante. Un gallego me decía la semana pasada: «carallo, eres vasco y hablas mejor que yo. Yo es que eso del gallego... mi hermana sí, pero ella es, ya me entiendes, un poco nacionalista». O sea, hablar español es lo natural, hablar otras lenguas es política. La realidad es justo la contraria: lo natural es hablar gallego, catalán, euskera, y hablar español es pura política, porque por puro impulso político, más coacción, más imposición, más detrimento de nuestra autoestima, más implantación de complejos por parte del estado español se ha llegado a esta situación.
Todas las historias, al fin y al cabo, se juntan, todos los hilos se unen para tejer la realidad.
Hablo de todo esto porque de todo esto se empezó a hablar, todo esto se planteaba, se discutía en Ez Dok Amairu y después, cuando Oteiza declaró que el artista vasco debía dejar de mirar a Madrid y centrarse en su país. Ellos decidieron que cantarían en euskera, que la canción vasca sería en euskera, intentaron hacer país con sus canciones y lo lograron. Porque eran canciones de guerra, de paz, de amor, de concordia, de protesta, del corazón, del intelecto y del alma. Y otra cosa: amaron con pasión a Nafarroa, y le dedicaron algunas de sus mejores canciones. Y amaron a Iparralde, y le dedicaron canciones sublimes. Realizaron una labor de integración territorial a nivel psicológico impecable. Xabier Lete cantaba «Euskal Herri nerea ezin zaitut maite», y Benito Lertxundi cantaba «Oi ama Euskal Herri goxua», por lo que se me hace hilarante el rechazo del PNV a llamar Euskal Herria a un grupo de deportistas vascos.
Hace poco inquirí a Benito Lertxundi, en un acto público, si Ez Dok Amairu no se había quedado atrás, obsoleto, porque la sociedad demandaba más radicalismo. Su respuesta fue contudente, dicha con esa furia que le hace tan atractivo: «No, eso es mentira. No ha habido nada más radical que Ez Dok Amairu».
Estoy con él. En estos temas hay que ser radical, afablemente radical, pero radical, y eso hay que reivindicarlo en estos tiempos de disolución intelectual, del todo vale en el que nos quieren hacer dudar de lo que somos. Somos lo que somos, no más que eso, pero no menos que eso.