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Masacre israelí en Gaza

Un Estado que necesita masacrar pueblos desarmados

En 2006, los gobernantes israelíes ya sabían que iban a atacar a los palestinos de Gaza, independientemente de lo que ocurriera en las elecciones y posteriores negociaciones interpalestinas. Como decía el escritor israelí Uri Avnery, los bombardeos de Gaza «han multiplicado Hamas por mil». También los aliados de Israel en los regímenes árabes, comenzando por el egipcio Hosni Mubarak y el palestino Abu Mazen, están ahora en peor posición que hace un mes.

Jose Angel ORIA

Las masacres de la Franja de Gaza parecen haber llegado a un nuevo punto y seguido. Partiendo de un simple repaso de la historia reciente del sionismo, se puede deducir que ya ha comenzado la cuenta atrás para la siguiente agresión militar masiva. Un artículo publicado por el historiador israelí exiliado Ilan Pappe en «London Review of Books» ayuda a comprender cómo ha actuado el Gobierno de Israel estos últimos años, cómo ha preparado con todo lujo de detalles la operación que aún sufren los palestinos de Gaza.

En 2004, el Ejército israelí empezó a construir una imitación de una ciudad árabe en el desierto de Negev. Tiene el tamaño de una ciudad real, con calles, mezquitas, edificios públicos y coches. Construida con un coste de 45 millones de dólares, esta ciudad fantasma se convirtió en una imitación de Gaza en el invierno de 2006 (después de que Hizbulah luchara en el norte de Palestina contra Israel hasta llegar a lo que Pappe llama «un empate») para «que el Ejército israelí pudiera prepararse para combatir una `guerra mejor' contra Hamas en el sur».

Recuerda el historiador que «cuando el jefe del Estado Mayor, el general Dan Halutz, visitó el lugar tras la guerra de Líbano, declaró a los periodistas que los soldados `se estaban preparando para el escenario que se iba a desarrollar en la densamente poblada ciudad de Gaza'. Una semana después de que empezaran los bombardeos de Gaza, Ehud Barak asistió a un ensayo de la guerra por tierra. Equipos de televisión extranjeros grabaron a Barak mientras observaba a las tropas de tierra conquistar la imitación de ciudad tomando al asalto las casas vacías e, indudablemente, matando a los `terroristas' que se escondían en ellas». En 2006, los gobernantes israelíes ya sabían que iban a atacar a los palestinos de Gaza, independientemente de lo que ocurra en las elecciones y posteriores negociaciones interpalestinas, pase lo que pase con los modestos cohetes de la resistencia palestina y sea cual sea la coyuntura política internacional.

Pappe recuerda que «desde 2000, los gazatíes eligieron resistir masivamente y con gran fuerza. No era el tipo de resistencia que a Occidente le parece bien: era islámica y militar. Su distintivo era el uso de primitivos cohetes Qassam, que en un principio se lanzaban fundamentalmente contra los colonos de Katif. Sin embargo, la presencia de colonos hacía difícil al Ejército israelí tomar represalias con la brutalidad que utiliza contra objetivos puramente palestinos, así que se sacó a los colonos -lo que se dio en llamar `desconexión'-, no como parte de un proceso de paz unilateral como muchos sugirieron entonces, sino para facilitar cualquier acción militar posterior contra Gaza y consolidar el control de Cisjordania». También aquella operación de desalojo de colonos que tantas horas mereció en nuestras televisiones, fue sólo un preparativo para las guerras que ya tenía programadas Tel Aviv.

Expulsar a los palestinos de su propia tierra siempre ha sido prioritario para los sionistas. «Si os quedáis, cárcel o muerte», se les dice desde la autoridad ocupante. Las masacres empujan muy violentamente en esa dirección. El criminal bloqueo que las precedió también, aunque de modo menos escandaloso. Desde el 11-S, según denunciaba Naomi Klein en un artículo publicado por GARA hace algunos meses, el desarrollo de la potente «industria de seguridad» que han protagonizado empresas israelíes se ha convertido en otra razón para que Israel promueva conflictos, roces o lo que sea que le dé el pretexto para probar nuevas armas usándolas sobre la encarcelada población de Cisjordania y de Gaza. Luego podrá venderlas a los gobernantes de todo el planeta asegurando haberlas probado de modo suficiente, y el comprador quedará convencido al recordar las imágenes de los bombardeos sobre Gaza.

«Cuando se tiene el arsenal militar y no se tiene ninguna inhibición moral a la hora de masacrar civiles, se llega a la situación de la que ahora estamos siendo testigos en Gaza», sostiene Ilan Pappe. Pero no parece esa una buena apuesta si lo que se pretende alcanzar es una cierta seguridad para la población israelí, ya que las masacres dejan huella en los pueblos. Como decía no hace mucho el escritor, también israelí, Uri Avnery, los bombardeos de Gaza «han multiplicado Hamas por mil». También los aliados de Israel en los regímenes árabes, comenzando por el egipcio Hosni Mubarak y el palestino Abu Mazen, están ahora en peor posición que hace un mes.

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