Después de las palabras llega la hora de los hechos
En su discurso de investidura, dirigido no sólo a sus connacionales, sino a todo el mundo, con mención expresa «al mundo musulmán», y escuchado dentro y fuera de las fronteras de EEUU por más ciudadanos que ningún otro presidente hasta ahora, Barack Obama volvió a dejar patente su disposición al cambio, y más clara aún su distancia respecto de George W. Bush. Ese desmarque del nuevo presidente se corresponde con la gran distancia entre la mínima popularidad con que su antecesor abandona del cargo y las grandes expectativas que la elección de Obama creó. Quizá el indicador del rumbo del Gobierno de Barack Obama sea precisamente esa distancia respecto de Bush, una referencia ineludible debido a sus nefastos mandatos, que han conllevado un enorme retroceso en materia de derechos y libertades a nivel mundial.
El reto de Obama en materia económica y de justicia social no es menor, y la situación de grave crisis en la que accede a la Casa Blanca lo agranda, si bien ésta fue motivo para exponer su deseo de estar vigilante para que la prosperidad no lo sea únicamente para quienes más tienen. La reforma sanitaria prometida puede ser un indicador de las prioridades del nuevo gobierno en cuanto a política interior se refiere.
En lo concerniente a la política exterior, además del discurso de ayer, en el que dejó clara su intención de rectificar en lo referente a decisiones unilaterales -algo que la ONU agradecerá por los bochornos que puede evitarle-, además de las promesas de retirada de Irak y de cerrar el centro de reclusión de Guantánamo, son conocidos algunos síntomas que podrían marcar su práctica. El significativo silencio ante la masacre israelí en Gaza -difícilmente explicable y en cualquier caso no justificable con el argumento de que aún no era presidente, toda vez que esa circunstancia no había sido óbice para pronunciarse sobre otras cuestiones como la crisis financiera-, las anunciadas intenciones respecto a las relaciones con Is- rael -que apuntan más a la continuidad que a un cambio de rumbo- o el mantenimiento de Robert Gates como secretario de Defensa dan cabida al escepticismo. Su postura ante el conflicto en Afganistán, extensible a Pakistán, tampoco resulta demasiado esperanzadora.
De momento el principal cambio ha sido de orden simbólico, sin obviar su importancia. Una persona de raza negra preside el país más poderoso de la tierra y habla otro lenguaje que el de Bush. Sin embargo, tras las palabras, es la hora de los hechos.