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Ainara LERTXUNDI Periodista

Aún quedan muchas interrogantes por responder

La semana ha tenido un protagonista indiscutible; Barack Obama. Los titulares podrían ser varios pero el más llamativo hasta la fecha es el cierre en el plazo de un año del campo de detención de Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA en el extranjero, así como la prohibición de torturar. El anuncio es sin duda positivo, aunque para quienes conocieron el infierno de la base militar y sus familiares llega tarde y no es suficiente. Han pasado siete años desde que llegaron los primeros presos encadenados de pies y manos.

En este tiempo, sus uniformes anaranjados, las capuchas negras que cubren sus rostros doloridos y las verjas metálicas del campo han dado la vuelta al mundo, al igual que un día lo hicieran las imágenes de Abu Ghraib.

Todo el mundo sabe a estas alturas qué es Guantánamo, dónde está y qué significa. Pero, ¿qué pasa con las cárceles secretas? ¿Dónde están, cuántas son y cuántas personas permanecen retenidas, secuestradas sin que nadie lo sepa? ¿Qué pasará con ellas y con quienes han gestionado esos centros clandestinos de detención?

Como apuntaba el líder cubano Fidel Castro en su última reflexión, hecha pública esta misma semana y en la que dicho sea de paso da un voto de confianza a Obama, aún quedan muchas interrogantes por responder.

La clausura de Guantánamo, cuando se produzca, será un paso positivo, pero debería ser el primero de una larga lista de órdenes ejecutivas si de verdad se quiere poner fin a lo que nunca debió ser. Y para ello, Obama deberá tomar decisiones todavía más arriesgadas que cerrar un determinado y mediático campo de detención.

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