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Temporal de lluvia, viento y nieve

Mientras nevaba en Agurain y en Getxo llovía a mares, Txema seguía a oscuras

Tras la tempestad, esta vez no llegó la calma. Mientras los últimos hogares que siguen sin suministro eléctrico aguardan un rayo de luz, ayer, miles de vascos sufrieron, ahora, las consecuencias de intensas lluvias. ¿Qué será lo próximo?

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Crónica | Tras la tempestad, no llega la calma

Joseba VIVANCO

En la localidad de Agurain, en plena Llanada alavesa, Iosu Arregi salía de su casa a las ocho de la mañana y para su sorpresa, una capa de unos cinco centímetros de nieve había vuelto a cubrir las calles del municipio. En la cercana Zalduondo, el manto era mayor. En lo que va de enero, han visto nevar ya nueve veces, cerca de las trece que lo hizo en enero de hace treinta años; desde otoño, en suelo alavés ha nevado dieciséis días. Nieve y frío. «La reserva de leña se me va a acabar y otros años me dura hasta abril», cuenta, mientras calienta el cuerpo en la comida con un plato de sopa con garbanzos.

A unos cuantos kilómetros de allí, en la junta administrativa de Trespuentes, su presidente, Davide di Paola, vigilaba el caudal del río Zadorra desde hacía horas. Su pueblo está aguas abajo del embalse que el lunes comenzó a desembalsar. Y cada vez que lo hace, este núcleo de poco más de trescientos habitantes, se anega. A primera hora de la mañana alguna carretera ya lo estaba, lo mismo que el remodelado campo de fútbol.

«La cosa está empeorando. Estamos casi aisladitos», explicaba ya entrada la tarde. En previsión de ese aislamiento involuntario al que están acostumbrados, las familias fueron a buscar a sus hijos a los colegios de Gasteiz para traerlos la misma mañana. «Es la pelea de siempre. Estamos un poco hartos de quejarnos y de que luego no se haga nada», denuncia.

Se sienten algo así como los vecinos de Getxo que ya vivieron la furia del agua hace nueve meses. Como si de un parto se tratara, el río Gobela ha vuelto a tomar lo que era suyo y el hormigón le quiso arrebatar. Pero por el camino inunda viviendas, garajes e instalaciones. Miembros de la asociación creada tras las inundaciones de aquel 1 de junio pasado, como Luis Hernández o Kike Prada, ayudaban ayer a achicar agua, a sacar a los escolares de algún colegio, a pedir una motobomba al ayuntamiento, a dar ánimos a sus convecinos. Algunos acababan de volver a sus pisos que de nuevo ayer quedaron bajo el agua.

«Han pasado nueve meses, hay predisposición a acometer mejoras para evitar estas inundaciones, pero todo sólo sobre el papel. Pedimos a los partidos cordura», reclama Luis. «Hay mucha gente que está perdiendo ya los nervios», advierte.

Nervios que atenazaban a Arantxa Arandia, quien poco después de las diez de la mañana tuvo que sacar por precaución a su padre de 90 años e impedido y a su hija de dos de su casa en el barrio de Iberlanda, en Arrankudiaga. «Nadie nos ha avisado, nadie ha venido por aquí», se quejaba. La parte baja de su inmueble, junto al campo de fútbol, se volvió a inundar como en junio pasado. «Nos ha cogido los dos tractores, gallinas... el coche menos mal que lo hemos sacado», se lamenta. «Lo que no puede ser es que el tramo de río que pasa por aquí tenga seis o siete puentes y ahí se frene todo el agua. Eso está prohibido», denuncia muy molesta.

Sin calefacción, ni luz...

Con más tranquilidad se lo tomaba Aitor Corrales, propietario de un puesto de frutas en la segunda planta del bilbaino Mercado de la Ribera. «Poco después de las once de la mañana nos han dicho que cerráramos, porque había riesgo de que la ría se desbordase», cuenta. «Faltaban sólo un par de metros para hacerlo. Pintaba mal, mal... », añadía. Sus padres ya vivieron las inundaciones de 1983 en el mismo puesto que él ocupa desde hace 18 años. «En todo este tiempo jamás nos había mandado cerrar por peligro de inundación», explica.

Y mientras en Euskal Herria unos seguían siendo visitados por la nieve, otros sufrían el desbordamiento de ríos, miles quedaban atascados durante horas en las carreteras, otros, unos cientos, seguían ayer sin suministro eléctrico. Como Txema Ingunza. Su caserío, en el barrio Gallartu de Orozko, lleva desde el viernes a oscuras. «Lo peor de todo es que no te dicen cuándo lo arreglarán. Que si a las tres, que si a las diez... mentira». El fuego de la chimenea, un par de velas, sin lavadora, sin calefacción, la comida de los arcones perdida, sin ducha... «encima tengo mal una muela y con el agua fría duele más».

 

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