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Jesus Valencia educador social

Donde dice Tel Aviv, léase Madrid

Si la asfixia económica no basta, siempre queda el recurso de la criminalización. Se los incluye en el listado de «terrorista» y queda levantada la veda para poder machacarlos con misiles o con leyes

Ya sé que los F16 del Ejército español no bombardearon Euskal Herria; ni los tanques nos sometieron a bloqueo. Así y todo, los gobiernos de Tel Aviv y de Madrid cojean del mismo pie.

Ambos tienen historias diferentes y un problema común: la falta de cohesión. Ambos arrastran importantes fisuras y necesitan algún ingrediente que los aglutine. En tales casos, ningún remedio mejor que enfrentarse a un enemigo nacional: para Tel Aviv los palestinos y para Madrid los vascos. El odio acumulado contra estos pueblos (que también se reclaman nación) es incalculable: «al palestino, plomo» dicen unos, y «al vasco, ni agua», dicen otros. El castigo a los insurrectos -allá y aquí- provoca furibundas adhesiones; en aras de la amenazada unidad patria se reclaman a gritos medidas cruentas. Ambos estados viven en permanente cruzada. Y en ella participan, rivalizando en ardor, lo mismo laicos que creyentes ultras, la derecha que la izquierda, el empresariado que el proletariado. No le faltaba razón a Olmert cuando dijo que los palestinos muertos habían reforzado la unidad de Israel. Furia patriótica que ha llegado a convertirse en el mejor filón electoral; ganará las elecciones quien mate más palestinos o encarcele más vascos.

Ambos estados son -¡faltaría más!- democracias modélicas en las que toda persona tiene el mismo derecho a elegir y a ser elegida. La aplicación de ese principio a la población independentista es otro cantar. Los derechos electorales de los «malditos» siempre están supeditados a los intereses estratégicos de la metrópoli. El Gobierno de Israel ha prohibido la participación electoral a varios partidos árabes, medida que ha sido anulada por instancias judiciales competentes; Madrid supera a Turquía en la ilegalización de candidaturas. No siempre es así. Israel propició la participación electoral de Hamas y Madrid «permitió» la presencia electoral de ANV. Pero ¡ay de los electos si no se ajusta a los intereses metropolitanos! La primera medida de castigo son las sanciones económicas; quienes les votaron pagarán las consecuencias de su nefasta elección. Todos los controles del sistema se pusieron en marcha para castigar con el bloqueo económico a quienes votaron soberanía. Había que abrir un foso entre los elegidos y sus electores (desde su obtusa política mercantilista, dan por hecho que abundará la bronca cuando falte el parné). Y, si la asfixia económica no basta, siempre queda el recurso de la criminalización. Se los incluye en el listado de «terrorista» y queda levantada la veda para poder machacarlos con misiles o con leyes.

Queden para más tarde otras similitudes. El último capítulo del holocausto palestino ha provocado un sugestivo divorcio en el Estado español. La variopinta izquierda que hace honor a tal nombre se ha desmarcado de quienes la tutelaban y contenían: los partidos y sindicatos que fungen como la cara progre del sistema. Los emancipados han rescatado la vieja consigna republicana del «no pasarán» y otra más reciente: «no es terrorismo, es resistencia». El mismo grito que reitera la izquierda vasca desde hace treinta años.

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