Raimundo Fitero
Púrpura sonrisa
Han coincidido en el tiempo y en el espacio mediático dos italianos que traen malas noticias. El cardenal Tarcisio Bertone es la púrpura sonrisa, Secretario de Estado del Vaticano un territorio desde donde se dirige la mayor secta de la historia y el escritor Roberto Saviano, quien con «Gomorra» ha conseguido una especie de fatua napolitana, la «Camorra» le ha garantizado la muerte violenta a él y a toda su descendencia. Tarcisio condena a la gente a vivir muerta, como es el caso de la joven Eluana, uno de los mayores escándalos vividos al minuto gracias a la difusión mediática de los fanáticos que impiden de todas las maneras posibles que se cumpla un acto de piedad humanitaria: acabar con la vida artificial de esta joven y que su familia no sufra más. Pues nada, el Tribunal Supremo autoriza la eutanasia pasiva en su caso, pero Berlusconi y sus secuaces van a hacer una «ley-exprés» para impedirla. Estos ministros de Justicia (sic) de Berlusconi se parecen cada día más a los chicos de ZP.
Me encanta la teatralidad de los cardenales, su gran homenaje al cinismo, su sonrisa siempre sospechosa. Este Bertone ha aparecido mucho en pocas horas, siempre sonriente, a excepción de cuando se le pregunta algo que interesa a la mayoría. El ministro de exteriores del ministro de dios viene a conseguir más dinero, pero a apretar un poco más con sus doctrina intervencionista. Sé que estoy rodeado por católicos bautizados, confirmados, poco practicantes, nada fundamentalistas. Pero no entiendo qué interés tienen estos purpurados más allá de administrar un negocio multinacional. Lo que dicen es lo de siempre, y son reaccionarios por naturaleza, carcas, por estética, inmorales por vocación.
En cambio Roberto Saviano es una estrella atrapada en una jaula de guardaespaldas y gorilas. Su vida es un desastre, nadie le puede garantizar su seguridad y como él mismo dice, no hay marcha atrás. Tiene que ser muy duro asimilar esta circunstancia, aunque, se supone que a la hora de escribir su libro, de dar tantas pistas y nombres, sabía lo que apostaba. Le tengo empatía por lo que dice y cómo lo dice. Me encanta su integridad.