DEIA Javier Ortiz 2009/3/2
Vasos comunicantes
Si uno examina los resultados de las elecciones de ayer fijándose no en los escaños obtenidos, sino en el número de votos, descubre que estamos desde hace muchos años en las mismas, con sólo ligeras variaciones: el voto nacionalista vasco (o autodeterminista, si se prefiere) y el voto españolista (o constitucionalista, o nacionalista español: que cada cual lo llame como quiera) es casi fijo. Si EA baja, sube el PNV. Si Ezker Batua baja, sube Aralar. Si el PSOE pierde, mejora el PP. Si el PP se hunde, se levanta el PSE, y hasta Rosa Díez. Pero, cuando se echan las cuentas finales, los dos bandos recolectan casi lo mismo. Son vasos comunicantes. O incomunicantes, tal vez.
El problema que presentan desde bien antiguo las elecciones vascas es que arrastran la pesada tara de la norma foral que las rigen. ¿Por qué narices el voto de una persona censada en Araba tiene que valer dos veces más que la de otra inscrita en Gipuzkoa y tres veces más que la de otra que vota en Bizkaia? ¿Por un dogma medieval, por muy autóctono que sea? Si uno suma los votos obtenidos ayer por los partidos nacionalistas legales y el impresionante casi 9% cosechado por la izquierda abertzale ilegalizada, comprueba que -no en términos de legalidad política, pero sí en consideración sociológica- el nacionalismo es ampliamente mayoritario en la sociedad vasca. La aritmética parlamentaria, basada en sistema tan singular -parecido al español: medid cuánto cuesta conseguir un escaño en Madrid o en Barcelona y lo comparativamente mullido que resulta lograrlo en Soria o en Ávila-, puede darle la Lehendakaritza a Patxi López, en el caso de que Basagoiti y Rosa Díez acudan en su auxilio, y de que los últimos votos, incluyendo los de la emigración, le favorezcan. No me disgusta la idea. Le dará al nacionalismo vasco la posibilidad de demostrar el peso que conlleva contar con la mayoría social pese a estar en la oposición. Y, de paso, tomar nota de que, como decía Alfonso Guerra en plan cínico, «fuera hace mucho frío». (...)