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Carme Chacón, militarismo y violencia contra las mujeres

En este nuevo Día Internacional de la Mujer Trabajadora y desde este primer mundo en crisis, dos parecen ser los temas «estrella» que, según quién, desde dónde y con qué intereses se reivindiquen, persiguen, claro está, objetivos completamente diferentes. Por un lado, la desigualdad y discriminación de las mujeres en el mundo del trabajo y el duro modo en que la actual situación les va a afectar a todos los niveles, entre otros su capacidad de negociación y de defensa de esos sus derechos que con tanto ardor parecen defender desde los medios. Por otro, la persistencia de la violencia y el maltrato de género, que ocupan un espacio cada vez más visible en diarios y noticiarios, y también en reality shows y programas del corazón. Por cierto que, dado que en la política informativa de los grandes medios no dan puntada sin hilo, es estadísticamente comprobable que las noticias sobre violencia contra las mujeres van justo antes o después de otros actos de violencia que les interesa destacar como, en relación con Euskal Herria, la quema de un cajero, una manifestación prohibida reprimida por la policía, un atentado de ETA o la detención de algún supuesto «terrorista». Así, a sabiendas de la repercusión que tienen en la creación de opinión pública, realizan un paralelismo, por puro interés político y con una cierta estudiada dosis de morbo y sensacionalismo, entre dos violencias que no tienen relación alguna.

Mientras, de este modo, deslegitiman la violencia y la lucha políticas reivindicadas tanto por hombres como por mujeres y, al mismo tiempo, desvirtúan el carácter real de la violencia de género (que tantos puntos en común tiene con la práctica de la tortura), nos colocan a una Carme Chacón, embarazada primero y madre después, convertida en la heroica primera ministra de Defensa del Reino de España y, por algo tan excepcional como exclamar «¡Capitán, mande firmes!», colocada rápidamente en el primer puesto del ranking de ministros y ministras más valorados y valoradas, mientras que a la ministra de Igualdad (¿curioso, no?) la colocan en el último. ¡Al parecer, se considera todo un avance en la lucha de la mujer por la igualdad el que una fémina dirija una institución profesional de la violencia institucional y profundamente jerárquica como es el ejército! Seguramente por un prejuicio tan sexista como ése que da por supuesto que las mujeres somos genéticamente pacíficas y pacifistas y que, al poner ante semejante cargo a una mujer de guante de seda, el poderosísimo, clasista, racista y machista complejo industrial-militar se va a hacer más humanitario.

El muy elaborado monográfico de «Nouvelles Questions Féministes» sobre militarismo y violencia contra las mujeres muestra claramente el papel que, contra la liberación real de las mujeres trabajadoras del primer mundo y de la inmensa mayoría de mujeres explotadas del resto del planeta, así como, por paralelismo, en favor del mantenimiento de la violencia doméstica de género, juegan esas mujeres «triunfadoras» cuando asumen ciertas responsabilidades políticas que, encima, exhibidas como un gran triunfo de la lucha por la igualdad de género, sirven para ocultar, tergiversar y legitimar, entre otras cosas, las humanitarias guerras imperialistas y todas las formas de opresión contra la mujer que éstas generan... mientras demonizan (o, como mucho, victimizan) a quienes aspiran a ponerse en pie de igualdad con los hombres que combaten la ocupación. No es casualidad que el despliegue de fuerzas militares de la OTAN en Afganistán o el de Irak hayan estimulado la prostitución, el tráfico sexual y nuevos patrones de opresión, explotación y destrucción de la autoestima de muchas mujeres en Oriente Próximo. Tampoco es casualidad que el llamado turismo sexual haya seguido los caminos trillados anteriormente por el Ejército yanqui en el Sudeste asiático.

Yes que estamos hablando de un sistema capitalista-patriarcal que, entre toda la serie de estrategias que utiliza para legitimar el uso y la reproducción de la ideología de la violencia, la represión, la invasión, la vigilancia y la militarización tanto en guerra como en paz de la vida, el trabajo y las conductas, incluye ahora la «integración» de las propias mujeres en el seno de los aparatos militares. Con lo que utiliza en su favor la legítima aspiración de las mujeres a la igualdad, apoyando su «integración» bajo la retórica de la igualdad de oportunidades para los dos sexos. Como publicitaba la US Army hace unos años: «Puedes realizar cualquier trabajo, mejorar física y mentalmente... y seguir siendo igual de femenina». El problema, entre otros, es que esto hace que, en lugar de concebir la igualdad en términos de lucha contra el modelo capitalista-patriarcal, se concibe en términos de sometimiento al mismo, y que, como demuestran las encuestas, son bastantes ya las mujeres favorables al recurso a la fuerza y a la represión, y ese porcentaje curiosamente aumenta cuanto mayor es el nivel de formación de la encuestada: las mujeres de clase media y superior apoyan en mayor proporción que las de nivel bajo de instrucción la militarización (entendida en su sentido amplio) de la sociedad civil. La presencia de la mujer en ejércitos y cuerpos policiales y, desde luego, el «privilegiado» puesto ocupado por Carme Chacón sirven así para mejorar la imagen de marca militar/policial y aumentar su legitimidad en la opinión pública dentro de una concepción totalmente instrumental (patriarcal) de las mujeres. Así, consiguen que la exportación de la violencia contra las mujeres que acompaña siempre a la exportación de guerras, bases militares y filiales de multinacionales en los países en desarrollo, no sea incompatible con una estrategia de conquista del apoyo de ciertos sectores femeninos en los países industrializados.

La contradicción es clara: al tiempo que luchamos contra las violencias de género (violencia doméstica, violación, excisión, burka...) y denunciamos el sistema patriarcal, no parecemos tener debidamente identificados todos los componentes a través de los cuales se ejercen y reproducen esas violencias y los procesos de explotación y dominio de las mujeres por parte de los hombres en casa, en la empresa y en la calle. Los agentes que dominan la economía mundial, los bancos y las multinacionales armamentísticas, los militares, los policías, los investigadores que trabajan para la defensa, el FMI, la OTAN, las burocracias de estado y los diversos lobbies relacionados están detrás de las nuevas divisiones del trabajo, del sexismo, de la lenta destrucción y gradual desensibilización y pasividad de la sociedad civil, del represivo control social, de la desinformación, de la militarización de la cultura, la escuela, la universidad, la investigación y el ocio, de la deshumanización o satanización de las y los luchadores, de la banalización mediática de la violencia doméstica... Y lo hacen parapetados tras los conceptos de «defensa», de «seguridad», «modernidad», «competitividad», que con tanto convencimiento defienden muchas de las mujeres que han conseguido alzarse hasta altos puestos, pero que sirven para perpetuar los privilegios de los hombres sobre las mujeres, de los dominantes sobre los dominados, de los ricos sobre los pobres...

Es imposible luchar por la igualdad y contra la violencia de género desde este esquema de valores impuesto por el poder capitalista-patriarcal. Sólo desde la crítica contestataria y la resistencia contra esos modelos, principios y conceptos machistas, clasistas e intrínsecamente violentos podremos avanzar realmente hacia nuestra liberación. Ojalá este 8 de marzo sirva de punto de partida para esa reflexión que hoy, en esta coyuntura de grave crisis, es más necesaria que nunca.

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