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Martin Garitano | Periodista

Montes, partos y ratones

Seis siglos antes de Cristo, el fabulista Esopo, parafraseado después por Horacio, sentenció «Parturient montes, nascetur ridiculus mus», lo que ha llegado hasta nuestros días como «El parto de los montes». Se define la expresión como «cualquier cosa fútil y ridícula que sucede o sobreviene cuando se esperaba o se anunciaba una grande o de consideración».

Una semana después de celebradas las elecciones autonómicas en Gipuzkoa, Bizkaia y Araba, las grandes palabras de la campaña, las proclamas de los últimos cuatro años, los principios escritos con letra firme en roca viva... todo se ha desvanecido como por arte de magia. Ya no se trata de reclamar el derecho a decidir, alcanzar el reconocimiento del derecho de autodeterminación, romper con el autonomismo ramplón, devolver a la legalidad a decenas de miles de ciudadanos expulsados del juego político. Ahora los términos que exhibe el PNV a la desesperada suenan a música conocida, a la partitura simplona de los tiempos más oscuros del ardancismo entreguista. Nos habla Urkullu -con Egibar a su vera, no desdeñemos el dato- de «pluralidad política» que «nos enriquece y fortalece», «cultura política basada en el diálogo y la cooperación entre diferentes», «liderazgo compartido», «diagnóstico compartido» y, sobre todo, por encima de cualquier obstáculo, «estabilidad en las instituciones». Entendamos que todo se resume en reeditar la cohabitación con el PSOE (negada una y mil veces hasta la fecha. Repasen la hemeroteca) y sobrevivir en las instituciones, los cargos, las empresas concertadas, los medios públicos.

Urkullu y los suyos intuyen (no pueden saberlo, porque no han estado nunca) que la vida no es tan cómoda en la oposición, que la baldosa es más fría que la moqueta y que, además, no toda su tropa es voluntaria, que hay mucho mercenario con carné. Y así han convertido el parto de los montes en una simple cesárea ratonil. Lo explicaba con ingenio Félix María de Samaniego hace un par de siglos: «Con varios ademanes horrorosos/ los montes de parir dieron señales;/ consintieron los hombres temerosos/ ver nacer los abortos más fatales./ Después que con bramidos espantosos/ infundieron pavor a los mortales,/ estos montes, que al mundo estremecieron,/ un ratoncillo fue lo que parieron».

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