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ANALISIS | La figura de Benjamin Britten

El curioso caso de Benjamin Britten

Por un error del subconsciente de la presentadora, uno de los Globos de Oro de esta año casi va a parar a la película rebautizada como «El curioso caso de Benjamin Britten», el compositor inglés más importante del Siglo XX. Si «El curioso caso de Benjamin Button» cuenta la historia de un hombre que nace viejo, el caso de Britten podría presentar también un paralelismo poético pues Benjamin antes de los trece años ya había creado un corpus de música superior al de muchos de sus colegas en toda su vida.

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Mikel CHAMiZO Crítico musical

La última ceremonia de entrega de los Globos de Oro dejó una graciosa anécdota para los amantes de la música clásica, cuando una atolondrada Susan Sarandon, presentando las nominaciones a mejor interpretación masculina, nombró a Brad Pitt por su actuación en «El curioso caso de Benjamin Britten».

Además de arrojar algo de luz sobre los gustos musicales de la Sarandon, la anécdota nos puede servir como excusa para perfilar la figura del compositor inglés, probablemente el mayor talento musical de la segunda mitad del Siglo XX y un revolucionario en el campo de la ópera, a pesar de la aparente sencillez melódica de su estilo.

Si «El curioso caso de Benjamin Button» cuenta la historia de un hombre que nace viejo, el caso Britten podría presentar también un paralelismo poético, pues Benjamin, nacido en Suffolk en 1913, antes de los trece años ya había creado un corpus de música superior al de muchos de sus colegas en toda su vida. Ronda por internet una entrevista radiofónica de 1957, en la que el periodista, entre risas, vacila a Britten sobre cómo pudo ser una infancia en la que tuvo tiempo de componer decenas y decenas de sonatas para piano, cuartetos de cuerda, canciones y hasta sinfonías. Aunque no figuran en el catálogo oficial de obras de Britten, se puede apreciar su calidad en la «Sinfonía Simple», recopilatorio de un buen número de temas escritos entre los nueve y los trece años.

Britten fue construyendo con seguridad su carrera como compositor, estrenando y publicando numerosas obras -entre ellas varias colaboraciones de marcado contenido político con su amigo W.H. Auden-. Pero el punto de inflexión que lo hizo internacionalmente conocido fue «Peter Grimes» (1945), obra maestra indiscutible del género lírico, paradójicamente escrita en una época en que la ópera cada vez interesaba menos a los creadores.

Al margen de su calidad, «Peter Grimes» conmocionó la escena lírica por el tratamiento psicológico del personaje protagonista.

El de Peter Grimes, un pescador inglés homosexual con tendencias pedófilas moviéndose en un ultraconservador entorno rural, era un tipo de personaje inédito en la historia de la ópera, y la manera en que fue dibujado por Britten le otorgó una complejidad humana también sin parangón. Britten se negó a presentarlo como un depravado, algo comprensible si consideramos la propia obsesión de Britten por los efebos, sobre la que se han publicado incluso estudios musicológicos ("Los jóvenes de Britten", 2006, de John Bridcut). «Peter Grimes» fue la primera de una docena de óperas que, desde distintos puntos de vista, abordaban un tema fundamental que también aparece en la película de David Fincher: el conflicto entre la inocencia y la corrupción del alma humana.

Britten abrió también la veda a lo que en las últimas décadas es casi un compartimento propio dentro de la lírica, la Queer Ópera (ópera de temática gay) y, en definitiva, aportó un soplo de aire fresco a una género estancado sin necesidad de dinamitar sus estructuras y su tradición, como sí lo hicieron algunos compositores de vanguardia.

¿Cómo era visto alguien como Britten, con sus peligrosas relaciones políticas (fue objetor durante la guerra), profesionales y sexuales, por la sociedad inglesa de su tiempo? La lección está bien aprendida y nunca se ha vuelto a repetir lo que ocurrió con Wilde, pero, obviamente, Britten se topó con muchos enemigos. Tras «Peter Grimes» encontró oposición en el ambiente musical de Londres y gradualmente salió de escena fundando el Grupo de ópera inglesa en 1947 y el festival de Aldeburgh al año siguiente, cuyo objetivo principal era la interpretación de sus propias composiciones. Pero lo peor fue, probablemente, el juicio que sobre su música hicieron los músicos de vanguardia, dejándolo sistemáticamente fuera del circuito y los festivales de la música contemporánea.

En una conferencia que tuvo lugar en 1975, Pierre Boulez, gurú de la vanguardia y todopoderoso en contactos políticos, hablaba de compositores del siglo XX cuando alguien le preguntó por Benjamin Britten, a lo que Boulez respondió: «Creí que hablábamos de compositores». Afortunadamente, Britten era lo bastante popular para que no le hiciera ninguna falta ese apoyo, y continuó creando un corpus de obras de una particularidad inconfundible.

Su música coral es ya imprescindible en las comunidades inglesas, sus óperas se interpretan en todo el mundo y su «Guía de la orquesta para jóvenes» es la primera música clásica que escuchan muchos niños.

Y es que Benjamin Britten, como Benjamin Button, murió hecho un niño, o al menos obsesionado por la juventud. Entre sus últimas composiciones encontramos algunos títulos como «Cruzada infantil», «¿Quienes son estos niños?», una «Oda» para voces jóvenes y orquesta y su ópera final, «Muerte en Venecia», la historia de la obsesión de un viejo compositor por un bello adolescente.

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