130 aniversario del nacimiento de Albert Einstein, el hombre
La viva imagen del gran genio solitario y comprometido con su mundo está de actualidad. Tal día como hoy nacía, hace 130 años, Albert Einstein, el más importante y famoso científico de la historia, cuyo legado científico no oscurece su azarosa vida personal.
Joseba VIVANCO
En el año en que se cumplen 100 años del natalicio de Eugene Ionesco, 150 del de Charles Darwin o doscientos del de Calvino, se cuela el recuerdo al que fue catalogado como el científico más importante del siglo XX. Hoy se cumplen 130 años del nacimiento de Albert Einstein, el hombre cuyas fórmulas físicas y matemáticas revolucionaron el mundo. Sin duda, el más importante, pero a la vez el más famoso de los científicos. ¿Qué es lo que hay más allá de su popular fórmula E=mc2? Se suele afirmar que por sus obras les conoceréis; en el caso de este genio, también por sus frases.
Mucho se ha hablado sobre el coeficiente intelectual de Einstein, pero lo que realmente se sabe es que cuando nació un 14 de marzo de 1879, en Ulm, a orillas del Danubio, su cabeza estaba hinchada y un poco deforme. Años después de su muerte, investigadores canadienses analizaron su cerebro y concluyeron que era más ancho de lo normal. Si eso tuvo que ver en sus logros científicos, es otra historia. La verdadera, cuenta que fue un niño normalito, mal estudiante y que incluso algún doctor lo consideró retrasado mental, quizá porque no empezó a hablar hasta los tres años.
Él era el primer hijo de un matrimonio judío alemán, dos gentilicios que marcarían también el devenir del propio Einstein. Sus primeros profesores no encontraron en él nada especial, ni talento ni virtud, aunque sí advirtieron una cualidad que la arrastraría, para bien de la ciencia y para mal de su familia: su predisposición al aislamiento.
Los fracasados negocios familiares le llevaron a Munich y Pavía, hasta que decide dar el salto al Instituto Tecnológico Federal de Suiza, aunque suspende el examen de ingreso. Lo consigue un año más tarde, en 1895, y después de haber renunciado a la ciudadanía alemana -sería un `sin patria' hasta 1901, cuando logra el pasaporte suizo- para no tener que cumplir el servicio militar, quizá adelantando una actitud antibélica de la que sería abanderado mundial en la última etapa de su vida. «No sé cómo será la III Guerra Mundial, pero sí la IV... con piedras y palos», llegó a predecir.
En la Politécnica -«un hermoso rincón del mundo»-, conoce a una persona que marcará su posterior existencia, Milena Maric, la única chica de su clase y su futura esposa y madre de tres de sus hijos. La primera, una niña de nombre Lieserl, pasó a la historia rodeada de gran misterio, ya que nunca se supo de ella: hay quien dice que murió en sus primeros años; hay quien afirma que la entregaron en adopción.
Einstein es conocido por su ingente labor investigadora, pero además de genio, sus biografías y sus propias cartas recientemente aireadas, hablan de un hombre cuyo éxito con las fórmulas nada tuvo que ver, o sí, con su azarosa vida mujeriega y sus complicados matrimonios y peor papel de padre -a uno de sus hijos, retrasado mental, lo recluyó toda su vida sin prestarle el menor caso-.
Éxito profesional y fracaso familiar
Otro momento clave en su vida es el ingreso, en 1902, en la Oficina de Patentes de Berna, donde permanece siete fructíferos años y durante los cuales sentaría las bases de la nueva Física. Aunque ya había publicado algunos trabajos científicos, fue en 1905 cuando explota su creatividad.
Su fama mundial llegará en 1919, cuando sus predicciones de la desviación de la luz con motivo de un eclipse solar confirman sus teorías. Antes, en 1915, había presentado su Teoría General de la Relatividad. «Ponga su mano en una estufa caliente por un minuto y le paracerá como una hora. Siéntese con una muchacha bonita por una hora y le parecerá un minuto. ¡Eso es la relatividad!», mostró su innato humor al explicar la teoría más famosa y más inexplicada a la vez.
En su vida personal, en cambio, a su debilitada salud por el intenso y absorto trabajo de años, se le une su separación de Mileva, a la que entregó el dinero obtenido por su Premio Nobel de 1921 a cambio del divorcio. Se casó con su prima Elsa Loewentahl, que no le `molestó' tanto como su primera esposa, que era científica como él. Casado, pero con hasta seis amantes, según sus cartas privadas; no estábamos hechos para ser monógamos, solía justificarse. Famoso es el comentario de Marilyn Monroe, de que Einstein era su idea de hombre sexy.
Famoso, amado y odiado, seguramente envidiado, su enorme popuralidad mundial no fue óbice para ser repudiado, ya fuera por su condición judía o por su oposición a la Alemania nazi. Incluso Hitler puso precio a su cabeza, 5.000 dólares. En 1933 se embarca hacia Nueva York. «El Papa de la Física se ha mudado de casa», se dijo. Su estancia en Princeton no fue todo lo provechosa que quiso, pero siguió acumulando fama. Su teléfono no figuraba en la guía, le llegaban cartas por miles y sus visitas eran elegidas. Como le dijo una vez Charles Chaplin, «a usted lo quiere todo el mundo porque no entienden nada de lo que dice».
Nunca se sintió ciudadano estadounidense, a pesar de serlo desde 1940. Quien sabe, quizá porque aquel gobierno fue quien diseñó la bomba atómica basada en sus descubrimientos y que él siempre reprobó. «A no ser que los estadounidenses lleguen a darse cuenta de que no son tan fuertes en el mundo porque poseen la bomba, sino que son más débiles por su vulnerabilidad a un ataque atómico, probablemente serán capaces de conducir su política en la ONU con el espíritu necesario para promover la llegada a un entendimiento», aventuró como si de un Nostradamus se tratara.
Einstein falleció en Princeton el 18 de abril de 1955. Quizá ese día Dios sí jugó a los dados -es famosa su frase de «Dios no juega a los dados»-. Sin funerales, fue incinerado el mismo día de su muerte y sus cenizas aventadas no se sabe dónde. Su legado es inimaginable. Pero vale la pena rescatar su sentida invitación a «no perder jamás la sagrada curiosidad», porque, como dijo, «sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy seguro de lo primero».