Raimundo Fitero
Con respeto
Con veintisiete años ha muerto casi en directo Jade Goody, uno de los fenómenos televisivos que ahora nos deben servir para sacar alguna pequeña conclusión. La muerte no hace mejor a nadie, por lo tanto no se trata de hacer un panegírico obituario, sino de intentar comprender la vida televisada de esa mujer a raíz de su participación en la versión británica de GH y la desgracia de que le apareciera un cáncer fulminante que le ha llevado a este desenlace que todavía le ha proporcionado más minutos de gloria, más exclusivas y más remuneración para sus herederos.
Se ha escrito mucho sobre el caso por haber hecho de su enfermedad y agonía un espectáculo televisado. Es un prejuicio malsano. Si hubiera vendido su embarazo, su parto, su boda o separación, se hubiera entendido como algo normal, y a muchos nos parece tan susceptible de criticar una cosa como la otra, ya que entendemos que la privacidad es un derecho inherente a cada individuo, inviolable y todo lo que sea comerciar con ella nos resulta sospechosamente inmoral. Prejuicios, sin lugar a dudas.
El pasado domingo se emitió en el Canal 24 horas un reportaje que se ha redifundido, en donde se explica la vida de esta mujer y realmente no es ejemplar, porque su familia tenía todas las connotaciones para el desarreglo mental y la confusión de los valores. Estamos, pues, ante un ser humano confundido, con pocas luces, con formación limitada que logra la fama en un programa televisivo, y junto a ella, junto a esos momentos de gloria, pese a ser a la contra, ya que era la más odiada por los televidentes en el programa, le llega una noticia demoledora: un cáncer voraz.
Y es ahí cuando da un giro su vida, cuando al alquilar su cuerpo, su enfermedad y su agonía al espectáculo, se transforma en ejemplar, ya que sirve para que se sepa que estamos hablando de algo real, demoledor que necesita atención y que produce una aniquilación física terrorífica. Es ahí donde yo pido todo el respeto para esta mujer. Todo. Hay que encontrar la vacuna contra el virus social de la ansiosa búsqueda de la notoriedad pública de los seres anónimos a través de su presencia televisiva.