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El lugar común donde mueren las discrepancias

En el Estado español existen, al menos, dos Españas que representan con muchos matices a los herederos de los ganadores y de los perdedores de la Guerra Civil. Dos bandos con los que hasta el más borreguil de los españoles se identifica de alguna manera en lo relativo al discurso público.

Recientemente Baltasar Garzón ha conocido en sus carnes hasta qué punto quienes representan a los vencedores del golpe de estado de 1936 pueden ser crueles y altivos; hasta dónde son revanchistas y cómo llevan a fuego tatuada la creencia de su supremacía sobre los vencidos, su convicción de que sus privilegios son naturales y su confianza en la intangibilidad de los mismos. Podría haber sacado el juez alguna enseñanza de esa experiencia, pero ha preferido regresar al lugar común donde mueren las discrepancias entre españoles de bien y advenedizos, al sitio donde los vencedores guardan su látigo para retomar la esponja: las tierras vascas. Garzón ha vuelto a cabalgar contra el independentismo vasco, encausando a 44 militantes vascos, y no cabe esperar que nadie le reproche ahora falta de profesionalidad, intereses o prevaricación.

Siguen así sin entender unos y otros que, al margen de otro tipo de consideraciones, si sólo cabe elegir entre la España imperial y la sumisa siempre habrá quien elija construir un estado distinto al servicio de una nación distinta.

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