Los kurdos celebran su fiesta nacional a pocos días de unas decisivas elecciones
La demostración de fuerza desplegada en Diyarbakir durante los actos del Newroz augura un fuerte incremento del DTP en Kurdistán Norte.
Karlos ZURUTUZA
Era imposible perderse el pasado sábado en Diyarbakir. Bastaba con dejarse llevar por la masa amarilla, verde y roja en dirección a las afueras de la capital «no oficial» del tampoco «oficial» Kurdistán Norte. La multitud pasaba por debajo de las también amarillas banderas del DTP, el principal partido kurdo de Turquía, que engalanan las calles de la ciudad en vísperas de las elecciones locales el próximo domingo. Sobre el amarillo, el imponente azul del cielo de Mesopotamia, únicamente moteado por los helicópteros Blackhawk del Ejército. Por supuesto, iban en la misma dirección. Lo dicho, era, y es siempre imposible perderse durante el Newroz en Diyarbakir.
La claustrofóbica sensación de ciudad en estado de sitio queda totalmente mitigada ante el aluvión de gente que porta con orgullo sus símbolos de identidad y sus tres colores, siempre prohibidos en la república kemalista. La policía se limita a contemplar impotente la marcha de los cientos de familias que desfilan ante ella. No hay controles, ni siquiera Turquía tiene capacidad para desplegar un operativo eficaz capaz de «filtrar» a cientos de miles de personas.
«Queremos la solución», se lee en los carteles electorales del DTP por todo el camino; esa «solución» que prometió el actual Primer Ministro turco en esta misma ciudad durante elecciones de 2005. «Eres Turquía, ¡piensa en grande!», es lo que propone hoy el AKP de Erdogan en su campaña electoral.
Todos quieren acceder al recinto donde se celebra el Newroz en Diyarbakir cada año. Su aforo se calcula en un millón de personas y, aún así, algunos, miles, se tienen que conformar con escuchar la música y los discursos desde fuera. Las abuelas de barbilla tatuada sirven té a todo el que se acerca, pero interrumpen el picnic en familia para saludar a la comitiva del DTP. Acaban de llegar al lugar en un autobús, por supuesto, amarillo. El número de personalidades que saluda desde su segundo piso descubierto apenas roza la veintena, pero se pueden contar por cientos las causas pendientes con la Justicia turca que acumulan entre todos. Literalmente.
A su entrada al recinto, los principales representantes del principal partido kurdo son recibidos entre aplausos y serkeftims, ese irrintzi de los kurdos que también pone los pelos de punta, sobre todo cuando se oyen miles de ellos a la vez.
Abdullah Demirbas, alcalde inhabilitado del distrito histórico de Diyarbakir, agradece tan caluroso recibimiento impecablemente vestido con el sal e sapik, el traje tradicional kurdo. Las encuestas le dan más del 70% de los votos en las elecciones del próximo domingo, pero sus más de 23 causas abiertas (todas relacionadas con el uso de la lengua kurda excepto una, por llamar a Roj TV) presagian que volverán a inhabilitarlo tras las elecciones. Al menos él está casi seguro.
«Me piden 78 años por utilizar mi lengua como lo haría cualquier otra persona del mundo», afirma Demirbas, sin perder su eterna sonrisa.
Los móviles no sirven para nada tras la previsible sobrecarga en la red pero a nadie le importa. Tras la intervención de Ahmet Türk, presidente del DTP, Leyla Zana está ya en el escenario. Viste un traje tradicional, aunque algo sobrio para los estándares cromáticos del pueblo kurdo. Tampoco importa. Ex diputada kurda, prisionera durante once años, dos veces candidata al Nobel de la Paz...¿Quién no conoce a Leyla Zana?. Espera sentencia el día 31 por «apología del terrorismo», dos días después de las elecciones. Sólo entonces sabremos si el sinfín de premios internacionales que ha recibido por su lucha por los Derechos Humanos le servirán para librarse de la cárcel. Zana se dirige a los cientos de miles de personas que escuchan su discurso. Le pide a Erdogan que democratice el país, recordándole que mientras los kurdos no sean libres tampoco lo serán los turcos. También tiene palabras para Talabani, ese kurdo de Suleymania que ha llegado a ser presidente del Irak post Saddam. Su último gesto hacia Ankara, otro más, ha encendido la iras de los kurdos del norte. Y es que el próximo mes de abril Talabani va a pedir de forma oficial al PKK que abandone las armas.
«Estamos esclavizados», le grita Zana al «hermano» del sur. «¿Qué otra cosa podemos hacer sino luchar?»
Comienza la primavera
La banda Gulên Xerzan ayuda a rebajar la tensión tras cada discurso. También vestidos con ropa tradicional, tocan canciones tanto tradicionales como modernas, algunas de ellas sobre la guerrilla. Todos aquí las conocen.
«Libertad y victoria», piden miles de dedos cuyos propietarios corean biji serok Apo («viva el presidente Apo») con firme determinación. Apo no es otro que Abdullah Ocalan, el líder del PKK y hoy único recluso de una prisión de máxima seguridad en una isla del mar de Mármara. La masa porta banderas o portadas de periódico con su rostro y jalea a tres adolescentes se alzan entre la marea de cabezas negras. Visten sendas camisetas, cada una con un color de la bandera kurda, y con una sola letra.
«APO» se puede leer sobre sus pechos cuando se juntan hombro con hombro; «PKK» sobre sus espaldas. Aplausos, serkeftims, «biji Apo», «biji Kurdistan»...
Llega el turno de Osman Baydemir, alcalde central de Diyarbakir. Este hombre de 41 años y casi el mismo número de causas pendientes conoce muy bien la miseria a la que se ve abocada su pueblo, pero está más que orgulloso de la respuesta de su ciudad: «La insurgencia siempre ha empezado aquí, en Diyarbakir», repite con orgullo al público totalmente entregado. Nada extraño, por otra parte, en una ciudad con unas cifras tan escalofriantes: 70% de paro, una tasa de que desborda toda previsión en el barrio amurallado y tan sólo un 20% de la población con derecho a sanidad pública. 25 civilizaciones han pasado por la ciudad a orillas del Tigris que presume de contar con las murallas más importantes del mundo después de las de China. A pesar de sus más de 5000 años de historia, en Diyarbakir hoy no hay más industria que la artesanía local.
La última respuesta de Ankara al subdesarrollo de su «patio trasero» ha sido la reciente puesta en marcha de TRT6, una televisión en lengua kurda con la que Turquía pretende lavar su imagen ante el mundo.
«Vídeos musicales y las noticias oficiales traducidas al kurdo, eso es todo», asegura esta joven que luce una cinta en la frente con el lema «Newroz piroz be» (Feliz Newroz), y que responde al nombre de Azmin. «Todos sabíamos que iba a ser una televisión totalmente controlada por Ankara, a nadie le ha pillado de sorpresa», continúa esta kurda de Batman que no ha querido perderse el Newroz en Diyarbakir.
Y si no que se lo pregunten a Masud, uno de los cámaras de GüN TV presentes entre a multitud. Trabaja para la recién clausurada televisión kurda de Diyarbakir. A diferencia del lanzamiento de TRT6, el cierre de este medio kurdo apenas ha tenido repercusión fuera de Kurdistán Norte.
«Nos han puesto una multa que difícilmente podemos pagar y nos han prohibido la emisión durante doce días», responde este hombre en un momento de descanso. «Todavía no sabemos si podremos emitir algún día lo que estamos grabando hoy», añade, justo antes de echarse otra vez la cámara al hombro.
Pero el momento cumbre de todo Newroz llega con el encendido de la hoguera principal, el fuego que, según la leyenda, anunciaba la victoria del herrero Kawa sobre el tirano Dehak y anunciaba la libertad del pueblo kurdo. Tras las primeras llamas se van multiplicando las columnas de humo negro de entre los miles de banderas; un humo negro que parece querer ocultar la visión de los feos bloques de apartamentos construidos sin ninguna lógica urbanística a las afueras del Diyarbakir.
«Newroz piroz be», grita el presentador del acto. «Azadiya», repiten una y otra vez miles de personas: «Libertad».
Para la mayoría de los presentes, las elecciones del próximo domingo serán un paso más hacia el reconocimiento de sus derechos fundamentales como pueblo. «Somos kurdos», afirma Mahmud, venido de la vecina Cizre. «Sólo queremos ser un pueblo como otro cualquiera». Eso es lo que esperan los kurdos cada primavera. Y ya van muchas.