Eszenak
La poesía está muerta, pero no he sido yo
Josu MONTERO
Escritor y crítico
Acaba resultando algo cargante el empeño que muestran últimamente tantos teatristas en insistirnos acerca de la naturaleza política de su arte. A Miguel Narros le conceden el Max Honorífico y se despacha: «Todo teatro es político». Al dramaturgo Juan Mayorga le entregan su enésimo galardón -el penúltimo, el Valle Inclán por «La Paz perpetua» y el último, el Max por «La tortuga de Darwin»- y nos vuelve a leer la cartilla: que si el teatro es una asamblea de ciudadanos... que si ha de agitar conciencias... que si es esencialmente político... Y podría seguir. Sin olvidarnos de los reiterativos deseos expresados por programadores y administradores varios acerca de la necesidad de «consolidar un público más activo y crítico». Y todo esto cuando las cosas están como están, cuando tan complicado lo tienen quienes quieren hacer otro teatro y cuando el público somos tan acríticos y manipulables como siempre, o más. Cargante. Y sospechoso.
Así que, en medio de esta caudalosa corriente de pretendido buenismo, a veces un tanto sonrojante -Javier Gutiérrez, de Animalario, dedicando su Max al mejor actor a los inmigrantes ahogados en nuestras costas-, resultan un alivio actitudes como la de Angélica Liddell: «¿Cómo escapar de la demagogia y de la estúpida responsabilidad mesiánica del creador? ¿Cómo escapar del tópico piadoso y la denuncia baba? ¿Cómo escapar de lo social? Mi punto de vista es absolutamente antisocial». Liddell es una kamikaze: algo está ocurriendo sobre la cuerda floja y en cualquier momento puede caer el trapecista. Liddell desafía al espectador, quiere herirnos desde su demencia controlada: «Más que dionisiaco el teatro es demoníaco», ha dicho. Pero va más allá: «Lo que ha perdido el director o el teatro o los actores es capacidad poética, pero no con respecto a la profesión sino con respecto a la vida. Es una devaluación de los creadores como seres vivos que han perdido esa capacidad poética. En esta sociedad idiotizada el teatro ha acabado siendo un taller de mediocres vanidosos y de buscadores de fórmulas exitosas. Se ha perdido la capacidad de entender el mundo a través de la poesía, la poesía como revelación, no como algo autocomplaciente, sino todo lo contrario. El teatro es una cuestión de vida no de equipos, presupuestos y todas esas minucias. De vida».
Al recoger el Max al Espectáculo Revelación para «Hnuy Illa», de Ttantaka y Kukai, a partir de poemas de Sarrionaindia, Mireia Gabilondo recordó un verso del escritor de Durango: «La poesía está muerta, pero no he sido yo». Angélica Lidell visita Bilbo, La Fundición, claro, mañana y pasado para ofrecernos «Anfaegtelse», una pieza que parte del libro «Temor y temblor» de Kierkegaard. Y otra obra radicalmente distinta pero también muy recomendable, escrita y dirigida por otra mujer -Max al mejor autor en catalán por este texto y nominada como mejor director- visita Bilbo durante la próxima semana; nos referimos a «Hermanas», de Carol López, hilarante drama familiar o comedia de impecable estructura y espléndidos y malintencionados diálogos. Carol López mostró su ácido humor cuando, al recoger su Max, le agradeció a su pareja ayudarla a poner esto del teatro en su sitio al recordarla que «lo realmente importante es lo que haga el Barça». O el atleticlú, digo.