El copríncipe de Andorra que vive en París quiere hacernos creer que se ha caído del caballo. Ésa es, al menos, la impresión que deja su repentina conversión en paladín de la lucha contra los paraísos fiscales. Los mismos estados que se han despreocupado durante años de que sus empresas, con sedes oficiales en Londres, París y Madrid, por ejemplo, hayan obtenido grandes beneficios de forma anómala, nos dicen que ahora va en serio. La crisis, al parecer, les ha abierto los ojos y, si como se cree, la mitad de los flujos financieros mundiales pasan por los paraísos fiscales, no sería mala cosa cercenar cualquier posibilidad de seguir alimentando a la bestia que se esconde en esos centros extraterritoriales: la avaricia del capitalismo. Entonces, Nicolas Sarkozy no es el más indicado para liderar la tarea, puesto que sólo aspira a «refundar el capitalismo» sin ofrecer otra alternativa más ambiciosa y honesta. Y si miramos a Gran Bretaña, el asunto puede estremecernos. Sin entrar en detalles, apadrina doce enclaves que acogen con los brazos abiertos a aquellas compañías que quieran evitar los impuestos y promover acciones de dudosa justicia. De otra parte, y ésta sí que es buena, el ``Sunday Times'' ha revelado que el secretario de Servicios Financieros, Paul Myners, encargado de dirigir la lucha de Gordon Brown contra los paraísos fiscales, se benefició de una argucia llamada «fideicomiso ciego» para esconder 250.000 libras en un fondo radicado Jersey. También se le atribuye la presidencia de una compañía en Bermudas que evadió más de 100 millones de libras anuales al fisco. Sin duda, estamos en buenas manos porque sabrá mejor que nadie cómo detener estas prácticas y cómo aflorar las ingentes cantidades defraudadas. No le faltará trabajo, porque ahora, según acordó ayer el G20, hay otra oportunidad para finiquitar los territorios de impunidad y fraude alentados -ésta es una funesta paradoja- por muchos de los países que forman este grupo y que dicen pretender su total desaparición. Esperemos a ver antes de creer.