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Fermin Gongeta Sociólogo

El hilo debe ser más largo que la aguja

No quiero una falsa independencia colonial supeditada a los intereses de la clase dominante. El gramo debe someterse al kilo

En los ASKEncuentros organizados el otoño pasado por Alfonso Sastre se trató el tema «¿qué república en Euskal Herria?». Arnaldo Otegi nos ofreció allí una intervención de la que subrayo una idea que con demasiada frecuencia intentamos escamotear: «No podemos edificar una república libre, laica, democrática y solidaria si es que el proceso de su construcción no se realiza con la impronta de los valores que deseamos y esperamos encontrar al final del proceso».

Fue Ernst Haeckel, contemporáneo y seguidor de Darwin, quien acuñó la idea de que la formación del embrión recapitula la historia evolutiva de la especie. Aplicado a las ciencias sociales, se da hoy por sentado que el resultado de la acción viene determinado, o al menos fuertemente condicionado, por el proceso empleado para conseguirlo. Son los medios que ponemos en acción quienes definen e incluso determinan el fruto final. Reafirmo la importancia de la frase de Arnaldo Otegi. No somos hoy sino lo que hemos hecho a lo largo de nuestra vida. El punto de partida es saber dónde estamos; antes y después del uno de marzo, día de las elecciones al Parlamento vascongado.

La concentración de la riqueza a escala mundial ha conseguido niveles récords. Los tres mayores patrimonios del planeta, entre los que se encuentra el de Bill Gates, equivalen la Producto Nacional Bruto de los 37 países más pobres del mundo. Un director general americano, en México, gana, él sólo, más que seis mil asalariados juntos. La empresa Nike paga a Michael Jordan por su imagen tanto como a sus 30.000 asalariados filipinos juntos. El secreto de esta insolente prosperidad no es sino la explotación del trabajo asalariado. (Olivier Besancenot-Daniel Bensaïd, «Prenons parti». Fayard, 2009)

Según la Guía Salarial 2008 desarrollada por la consultora Hays, el sueldo base de un directivo se encuentra entre los 5.000 y 6.000 euros mensuales con más de 14 mensualidades, y otro tanto en «remuneraciones variables». Este sueldo viene a duplicar el de los mandos intermedios situado en torno a los 3.000 euros al mes. Al mismo tiempo, el salario mínimo interprofesional es de 624 euros y el ingreso de muchas pensiones no supera los 496. A lo largo de todo un año perciben mucho menos que el equivalente mensual de un directivo.

Los afectados por los expedientes de regulación de empleo en la CAV en enero de 2009 se multiplicaron por 15. En Hego Euskal Herria, cerca de 24.000 trabajadores cerraron el año con expedientes de regulación. Perdieron su trabajo 3.039 trabajadores, no lejos de un 20% más que el año anterior.

Este panorama ratifica la ley de bronce de Lasalle: «El salario medio no excederá normalmente el valor de subsistencia previsto en un tiempo y un medio determinado, para que el obrero pueda vivir y reproducirse». A lo que Julio Guesde añade: «Siempre que el número de trabajadores no exceda del que necesita la producción del capitalista». En esta situación, el asalariado es despedido y enviado a la miseria.

«Cuando los poderes económicos y políticos oprimen, asfixiando a la sociedad, hay ocasiones en las que esta explota, pero la mayoría de las veces ellos terminan por aplastarnos. La sumisión de una enorme mayoría a una ínfima minoría económica y política, ese hecho fundamental de casi toda organización social no ha dejado de extrañar y sorprender a todos aquellos que reflexionan un poco. Es como si en la balanza social, un gramo pesara más que un kilo. (Simone Weil, citada en «Maniere de Voir» nº 103). A eso se ha llamado siempre lucha de clases.

A principios de año mantuve una entrevista con un gran sindicalista vasco sobre el tipo de república a construir, y hablamos de socialismo. El tipo de socialismo al que se pretende llegar no es el del siglo XIX, me dijo. Añadiendo a renglón seguido: «No se puede presentar la lucha en términos idénticos a los de América del Sur o África. Las condiciones son distintas».

Yo esperaba una respuesta positiva, qué socialismo construir en el siglo XXI y cómo hacerlo. Porque, en el fondo, ¿qué hay de común entre los campesinos japoneses que se oponen a la expropiación de sus tierras; los ferroviarios franceses que arrastran tras ellos a todo el país por defender la Seguridad Social; los sindicalistas sudafricanos pagando con sus vidas el compromiso contra el apartheid; las feministas que deben luchar al mismo tiempo contra sus compañeros de huelga y los patronos; los parados alemanes que solicitan la ayuda mutua a través de internet; los obreros de Chicago; la legión de jóvenes abertzales en Euskal Herria, detenidos, torturados, vilmente juzgados y condenados; los diarios clausurados, la voz acallada, la protesta reducida a silencio; el robo que soportamos de políticos, banqueros y comerciantes? No hay mucho en común, salvo que todos, absolutamente todos, a lo largo de los decenios pasados, hemos jugado el papel de invitados de piedra en una historia que hubiéramos deseado escribir nosotros mismos. («Manière de voir» nº 103)

No se trata de mantenerse inactivos esperando que el cuerpo social en su indigencia deje de pasar hambre en esta crisis -enfermedad del capitalismo, infección del virus de la insaciable sed de unos pocos mandatarios de poseer más-. «Vano será, afirma Guesde, (La ley de los salarios) que el trabajador espere el menor alivio de su suerte merced a un cambio de personal o de material gubernamental. Pero sí tiene derecho a esperarlo todo de su constitución en un partido político diferente, persiguiendo su ideal, en contra de todos, absolutamente de todos los partidos burgueses».

No podemos aceptar la política de sumisión de los partidos socialistas europeos. No han modificado un ápice lo que Pablo Iglesias escribía en 1898 en «Lucha de Clases». «Necesitamos una burguesía activa, un capitalismo emprendedor, como el de otros países, no una caterva de ignorantes rutinarios». Permanecen dóciles y serviles al imperio del dinero. Sin embargo «los socialistas deben saber, sobre todo, que la esclavitud social o la libertad se basan en la dependencia o independencia económica». (Clara Zetkin, «Batailles pour les femmes». Editions sociales 1980)

El lunes 16 de marzo, la izquierda abertzale proclamaba la necesidad de poner en marcha una «estrategia independentista eficaz basada en sumar las fuerzas de quienes desde el campo político, sindical social y popular estén dispuestos a unirse a abrir un proceso democrático que sitúe a los trabajadores en su eje». (GARA, 2009-03-17).

Es preciso combatir el círculo vicioso de la dominación. Dominación a la que estamos sometidos lo mismo por los grandes centros de poder de Madrid y París como por los subsidiarios de Iruñea o Gasteiz. De nada me sirve una independencia política si no está inherentemente unida a una democracia económica social y política. Necesitamos el melón entero, no sus rodajas.

Democratizar la economía: «elaborar unos presupuestos claros, participativos y de género, donde se valoren, a través de su propia participación las necesidades de todos los diferentes agentes sociales y económicos, y se consensúe una política de gasto público que busque un pacto social y de rentas. A través de políticas realmente activas en el mercado laboral, en la renta básica, en el mercado de la vivienda, en la cultura y el euskera, en un modelo de educación propio y no sexista» (Reflexiones de Elkartzen ante los presupuestos del 2009 en Euskal Herria).

«Pasar de la obediencia a la posibilidad, incluso de la revuelta, exigiría según Moore, vencer el falso supuesto de que la miseria es producto de la fatalidad» («Manière de voir» nº 103). Pelear por una democracia solidaria es una lucha de cuerpo a cuerpo, de cada día, contra los prejuicios, contra la desinformación y por el control de todos los estamentos, públicos o privados, que deben estar al servicio de la sociedad entera y sobre todo de los excluidos social y políticamente. (Olivier Besancenot, op.c.)

«Para terminar con las fraudulentas desviaciones que se hallan en el origen de la crisis es preciso empezar por introducir e imponer la democracia en el seno de las empresas y reducir fuertemente las desigualdades» («Alternatives econommiques» nº 278). Las crisis no se decretan, se preparan. Lo mismo que se prepara la independencia de un pueblo. No quiero una falsa independencia colonial supeditada a los intereses de la clase dominante. El gramo debe someterse al kilo.

«La dirección no consiste, aquí tampoco, en dar órdenes, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación y en mantener el más estrecho contacto con el pueblo... Una táctica consecuente, decidida y de vanguardia, despierta en él un sentimiento de seguridad, de confianza en sí mismo, elevando el espíritu combativo» (Rosa Luxemburgo, «Huelga de masas, partido y sindicato»). Y para desarrollar la democracia solidaria, la socialista del siglo XXI, se necesita que el hilo sea más largo que la aguja. La aguja abre el camino, pero es el hilo quien consolida el zurcido.

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