CRíTICA cine
«Confesiones de una compradora compulsiva»
Koldo LANDALUZE
En este su esperado retorno a la comedia –después de la brillante adaptación que hizo del “Peter Pan” de James M. Barrie–, P. J. Hogan se ha decantado por un tono excesivamente amable a la hora de abordar las tribulaciones consumistas de una joven periodista que suspira por convertirse en redactora de una prestigiosa revista de moda neoyorquina.
Basada en las primeras entregas de una serie de best sellers escritos por Sophie Kinsella, “Confesiones de una compradora compulsiva” se queda en el siempre peligroso territorio de nadie en su intención por pretender equilibrar la mala leche que se intuye en buena parte del metraje y la acomodada postura de un cineasta que debe plegarse a las exigencias comerciales. Mucho menos implacable en su discurso que “El diablo viste de Prada”, el autor de “La boda de Muriel” y “La boda de mi mejor amigo” incide en los males del consumismo salvaje desde una óptica lúdica y narrados desde el punto de vista de un personaje que parece construido a partir de las pizpiretas Renée Zellweger y Reese Whiterspoon. El resultado de este aparatoso y forzado cruce es una Isla Fisher que debe recurrir al consabido repertorio de gestos y muecas mientras esgrime su tarjeta de crédito. La escasa entidad de los diálogos lastra por completo las posibilidades de una historia merecedora de un tratamiento mucho más satírico y valiente.
Para colmo de males, son dichos por un reparto de lujo desaprovechado por completo por culpa de un encadenado de gags arquetípicos y a ratos deprimentes. Visto el resultado, el espectador es consciente que ha presenciado un experimento comercial que resume la postura que Hollywood adoptará en lo sucesivo: comedias de baja intensidad para paliar los males emocionales derivados de una crisis económica globalizada y en la que no hay cabida para los desayunos en Tiffany´s.