El deporte en el Estado español vivió el pasado año un momento dulce con la consecución de la Eurocopa de fútbol y la Copa Davis de tenis, amén de los éxitos individuales de deportistas como Nadal, Gasol, Contador o Sastre. Bien alimentados por las mieles del triunfo, varios grupos de presión vinculados al ámbito deportivo no tardaron gestar una brillante idea: proponer al Gobierno la creación de un ministerio de deporte para mejor mantener y aun aumentar el renombre de las escuadras rojigualdas (y, quién sabe, sus propios bolsillos). La idea pronto cogió cuerpo, algunos notables aclamaron al secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky, como ministeriable, y encontraron el momento adecuado para lanzar su órdago: en la celebración de la Copa Davis, el capitán Sánchez Vicario reclamó públicamente a Zapatero la creación del citado ministerio... ¡y el presidente español aceptó!

Pasados los meses, en la remodelación del Gobierno que ahora ha llevado a cabo, Zapatero ha tenido que tragarse su descabellada promesa y luego ha intentado salvar los muebles haciendo que la Secretaría de Estado del Deporte ¡pase a depender directamente de Presidencia! ¡De él mismo! Con ambas jugadas, Zapatero también se convierte en campeón, pero de la improvisación. Y ahora es presidente del Gobierno de España y... responsable de hinchar los balones.