De la lacra de la dispersión carcelaria a la tragedia de la dispersión de fuerzas abertzales
Veinte años son mucho tiempo en la vida de cualquier persona, y qué decir si transcurre tras los muros de una prisión o está hipotecada por el encarcelamiento a cientos de kilómetros de la pareja, un hijo, una madre... Etxerat culminará hoy en Durango una gira de denuncia de dos décadas de dispersión. Dos décadas, además, en las que ésta se ha endurecido hasta el límite.
La política carcelaria implantada hace 20 años se convertía en una gravísima agresión a presos y familiares. Pero la dispersión de 2009 tiene un alcance y unos efectos mucho más graves aún que la de 1989. Para empezar, entonces había 564 presos vascos y ahora son 739. En aquel 1989 cinco presos habían muerto por la política aplicada en las cárceles; hoy son 21. Dos familiares habían perdido la vida camino a las prisiones; ahora suman 16. Hoy cada familia debe recorrer 1.223 kilómetros semanales de media para ver a sus presos, lo que se traduce en un gasto anual de 19.653 euros, que condena a la crisis perpetua a cualquier economía doméstica. Cada fin de semana los vascos recorren 914.854 kilómetros, es decir, dan 23 veces al vuelta al mundo. Como suena.
Los promotores de esta política carcelaria pretenden además eternizar el castigo. En aquel 1989 los presos más veteranos llevaban once o doce años en la cárcel. Ahora muchos superan los 20 años, y hay quienes, como Joxe Mari Sagardui, Gatza, se aproximan a los 30. Nadie en Europa pasa tanto tiempo en prisión, sea cual sea el delito cometido y exista o no la cadena perpetua en sus legislaciones. Ni siquiera Nelson Mandela, considerado como el mayor icono mundial entre los presos políticos por la larga duración de su cautiverio (27 años). Pero todo es poco para el Gobierno español, que ahora amenaza con estirar los periodos de cárcel hasta los 40 años y ha retorcido sus leyes para ello.
Conviene recordar todos estos datos para poner de manifiesto en toda su crueldad el drama humano que acarrea la política carcelaria. Datos que hacen aún más grande, épico, el modo en que el Colectivo de Presos Políticos Vascos y sus familiares y amigos han plantado cara a esa lacra en estas dos décadas, hasta hacerla fracasar.
El logro español y la tarea pendiente vasca
Pero ningún país del mundo puede resignarse a convivir eternamente con la tragedia diaria de tener a 750 conciudadanos presos, a cientos de kilómetros, sin apenas comunicación con el exterior y espiados sistemática e ininterrumpidamente, como al Gobierno español no le ha importado admitir esta misma semana. La arrogancia que muestra en sus constantes vueltas de tuerca refleja que dispone del aval internacional mínimo necesario para presentar como homologable una política carcelaria que no lo es, en la medida en que no tiene parangón en el mundo occidental. Mientras Obama se apresta a desmontar Guantánamo, Zapatero implanta el Gran Hermano hasta el último recoveco de cada celda. Mientras hasta en Estados Unidos se admite la existencia de la tortura, Madrid sigue negándola furibundamente, aunque para ello tenga que desmentir a la ONU. Mientras el mundo se escandaliza por la condena a tres años al periodista que arrojó sus zapatos a George Bush (ahora reducida a uno), la Audiencia Nacional ha impuesto una sentencia de cuatro años a una vecina de Lizartza por increpar a una concejal ilegítima del PP o ha pedido esta semana seis años para un joven por una acusación similar de una edil de Getxo.
Puede entenderse como un logro diplomático español haber conseguido que los gobiernos y las instituciones internacionales no vayan por ahora más allá de las quejas y recomendaciones frente a todas estas tropelías. Y es seguro un fracaso vasco, en la medida en que no se ha articulado una respuesta efectiva a una situación que condiciona la vida diaria de todo un país.
Estrategia conjunta imprescindible
Lo cierto es que la movilización de enero de 1999 -en la que Xabier Arzalluz, Carlos Garaikoetxea, Arnaldo Otegi caminaron juntos contra la dispersión al frente de una multitud- ha quedado como una rareza histórica. Entonces la dispersión iba a cumplir diez años, y ahora lleva veinte. La izquierda abertzale se ha visto abocada después a pelear siempre en solitario contra dos estados del G-20 con su maquinaria represiva a pleno rendimiento. Otros han decidido quedarse ciegos, sordos y mudos asumiendo tanto los medios de los estados (represión ilimitada) como sus fines (derrota). Por eso tiene interés la afirmación de ETA en su declaración del domingo pasado, aclarando que «nadie le pida» que cese en la lucha armada hasta que no se articule una unidad de acción para combatir la represión y en favor del derecho de autodeterminación.
Entre Irun y Hendaia quedó claro que la demanda de una estrategia nacional conjunta tiene un respaldo social cada vez mayor. Hay espejos en los que mirarse. España y Francia tienen la suya; PSOE y PP, también. Los abertzales no pueden ser menos. Ya no se trata siquiera de una cuestión de táctica, sino de garantizar la supervivencia y, a la vez, poner raíles hacia la victoria.