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Belén Martínez analista social

Dispersión

 

Puedo imaginarme cómo se diseñaron las políticas que teóricamente conducirían a la división y debilitamiento del colectivo de presas y presos políticos vascos. Los capitanes del barco desplegaron un mapa y colocaron la punta de sus punteros sobre el mismo. En la superficie, los nombres de las prisiones por las que serían diseminados las y los prisioneros. Parajes recónditos para destruir la raigambre y los vínculos afectivos y sociales de las personas encarceladas.

Esas políticas fueron ajenas al significado que más tarde irán descubriendo. Y es que la dispersión no logró usurpar el significado de la solidaridad. La dispersión conlleva sufrimiento; y también generosidad. La de quienes que a lo largo de estos veinte años ha mostrado su apoyo a las familias de las personas encarceladas.

La dispersión da sus frutos: muertes en cárceles, accidentes en carreteras... Pero ha fracasado. La prueba es la puesta en marcha de la L.O. 7/2003, de 30 de junio, de medidas de reforma para el cumplimiento íntegro y efectivo de las penas, que posibilita condenas efectivas de 40 años.

La cultura del diálogo y la negociación política para la resolución de conflictos es reemplazada por la tendencia a una cultura de la victimización para deslegitimar las reivindicaciones y luchas relacionadas con los derechos civiles, políticos y sociales. ¿Diálogo de civilizaciones? Aquí persisten las políticas de otra vuelta de tuerca. Euskal Herria parece quedar lejos, más lejos cada día. Es tiempo de revancha para los pseudotratantes de paz y fuegos de artificio que alcanzan su regocijo al enarbolar sus emblemas y símbolos en «nuestras» instituciones.

 
 
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