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Gari Mujika Kazetaria

Trucos del ilusionista

Al norte de los páramos castellanos y al sur de los valles francos, resguardada por robustas montañas con fértiles tierras resquebrajadas por riachuelos, existe una aldea llamada Tierra de los Vascos. Un pueblo luchador que durante siglos se ha enfrentado a quienes lo querían arrodillado. Romanos, musulmanes... todos pasaron por aquellas tierras consideradas inhóspitas. Hasta que llegaron los castellanos, y entonces sí, aquella tierra se convirtió realmente inhóspita... para los nativos.

A lo largo de cinco siglos, hordas de colonos y mercenarios ocuparon el poblado y, finalmente, forzaron su división en tres. Denigraron y prohibieron su lengua, y reprimieron a los nativos con la mayor de las sañas. Pero con todo, la Tierra de los Vascos seguía siendo. Nuevas generaciones nacían condenadas a resistir por exigir los mismos derechos que otros tenían.

Años más tarde, murió el tirano que con sangre regó durante décadas la aldea. Pero déspotas que vestían de pana y traidores ansiosos de poder volvieron a truncar el futuro de aquel pueblo. A cientos pasaron a cuchillo, miles fueron torturados hasta saludar la muerte y cientos, encarcelados como ratas. Pero en una guerra nadie se viste de santo, y algunos nativos pelearon con armas, abatiendo también muchos ocupantes.

El ministro de la Guerra, que también ejerció en tiempos de asesinatos de encargo, ahondó en su rabiosa venganza potenciando aún más la impunidad represiva de sus sicarios. Su especialidad era el ilusionismo; buscaba manipular y anestesiar a los nativos. Su número favorito consistía en nombrar a cada arrestado como jefe de jefes, anunciando con orgullo una pronta victoria militar. No obstante, sabía que antes o después desaparecería para ceder su cargo a otros que intentarían repetir sin éxito el mismo truco.

«Os aseguro que terminaremos con esta lacra histórica», proclamó el gobernador. Muchos nativos esperaban el cese de la tortura, de la prisión de por vida, de masivos arrestos, palizas... Pero el ilusionista seguía riéndose con su juego».

P.D.- Siempre son preferibles los cuentos, porque dibujan la realidad tal y como es: más simple que compleja. Pero los trucos, imaginarios o reales, no dejan de ser eso, mera ilusión.

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