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Mario Zubiaga Profesor de la UPV-EHU

«Bizirik»

Aquellos soberanistas que respiraron al ver a Josu Jon Imaz desfilar camino del sector privado tras generar una crisis política que puso al PNV al borde del cisma quizá pecaron de inocentes. Ahora, desde su nuevo destino, Imaz dice renunciar a volver a la política pero no renuncia a influir políticamente en todo tipo de temas. Si antes utilizó el poder político para forzar determinadas decisiones económicas, ahora no duda en difundir su ideario político desde su privilegiada tribuna económica. Al fin y al cabo, su proyecto y su estrategia son una tanto en un ámbito como en el otro. Mario Zubiaga, que sagazmente denomina a Imaz «nuestro particular Berlusconi», denuncia en este artículo el pensamiento plutocrático que destila el presidente de Petronor. Frente a ese pensamiento, Zubiaga recupera conceptos como «capital social» o «democracia local», a la vez que reivindica «la inextricable ligazón existente entre la reivindicación nacional y la social».

El soberanismo vasco, en su zozobra actual, debe agradecer a sus adversarios la guía que le ofrecen para conocer el camino que nunca debiera seguir en el futuro. En este sentido, Josu Jon Imaz ha concedido recientemente una buena muestra de la cultura política que jamás debe imponerse en nuestro país. Aunque a los pocos días ha corregido en parte lo dicho, no podemos evitar pensar que su verdadero pensamiento lo confesó ante sus colegas, en la Cámara guipuzcoana. Decía nuestro particular Berlusconi que «mientras en Guipúzcoa se tardan 27 años en discutir una infraestructura tan necesaria como el TAV, o hay que enfrentarse a siete plataformas bizirik cada vez que se quiere invertir en un proyecto industrial (...), los países emergentes -China, India, Turquía...- van ganando en competitividad». Si no fuera porque la plutocracia que impera en occidente pretende instalarse definitivamente en nuestro país aprovechando la crisis económica y política, pensaríamos: este Josu Jon habrá viajado mucho, pero no ha aprendido nada, si acaso se le ha curado el nacionalismo, pero, en cambio, ha enfermado de avaricia... Pero, no, no es motivo de condescendencia: el síntoma es grave, muy grave, porque es endémico en determinada clase dirigente vasca.

El ilustrado Imaz y sus secuaces no parecen conocer el significado de conceptos tales como «capital social» o «democracia local». O reducen el primero a la obra social de la Kutxa y «la gota de leche». Y el segundo, a ayuntamientos subvencionados que tratan a sus ciudadanos como clientes de contratos de adhesión, y no como lo que son, origen último del poder político local.

Si Gipuzkoa está en primera línea mundial en todos los índices de desarrollo humano, ¿no será porque tiene una sociedad civil que sigue demandando un debate sobre infraestructuras que se ha impedido durante 27 años? ¿No será que la pujanza de un territorio multipolar, en red, depende precisamente de la capacidad de organización social que todavía persiste en cada rincón de Gipuzkoa? Esa ultramodernidad que supuestamente predican algunos políticos metidos a empresarios y viceversa, no es sino democradura sin derechos (Turquía), bárbara desigualdad (India) y explotación laboral ilimitada en un caos ecológico creciente (China).

Ese es precisamente el tipo de contexto que necesita el crecimiento y la acumulación sin frenos que predican nuestros liberales. Un contexto sociopolítico absolutamente antagónico al que predica el soberanismo vasco. Un soberanismo que deber hace bandera de todos los derechos, que debe luchar activamente contra la desigualdad socioeconómica, y que no puede permitir la explotación, ni la laboral ni la medioambiental. Y menos aun en una coyuntura de crisis en la que, como siempre, los costes no se reparten del mismo modo en el que en los años de bonanza se repartieron los beneficios. Las palabras de Imaz nos muestran una vez más la inextricable ligazón existente entre la reivindicación nacional y la social. Esas palabras son sin duda un acicate para que la recomposición del soberanismo sea inmediata y no se pierda en hegemonismos estériles. La huelga del 21 de mayo puede ser un buen comienzo.

Terminaré con una anécdota reveladora de la clase de sabiduría de la que adolece una parte de la clase político-empresarial de este país. Un saber político antiguo que no desprecia la voluntad popular -Imaz, en cambio, «sabe» que el TAV es necesario-, una sabiduría que no busca legitimaciones ajenas a la voluntad de la gente -repite el de Petronor que «nuestros» técnicos y Europa dicen que quemar basura es muy sano-; en fin, una sabiduría que asume que el conflicto es el motor de una sociedad que se quiere viva y pujante: ése es también el significado de bizirik.

Hace unos años, pasando por Guadalajara de vuelta a casa, decidimos hacer una parada en Sigüenza, hermosa villa medieval, con un parador prohibitivo y unos hoteles de carretera dignísimos. La catedral merecía una visita y nos unimos a un grupo que en ese momento recibía las explicaciones del sacristán. Uno de los turistas preguntó: «¿Por qué están tan deteriorados los santos?». Y el cura nos respondió contando cómo durante la guerra civil sacaron todas la imágenes sacras a la plaza y las fusilaron sumariamente... Cuando todos esperábamos la consabida retahíla de improperios y condenas de la barbarie roja, sin embargo, el prudente sacristán terminó el relato con una reflexión mucho más profunda, digna del mejor Maquiavelo: «De todos modos, ya saben ustedes, hacer y deshacer, todo es hacer».

Aun siendo superflua en un estado de derecho como el nuestro, debo introducir aquí una salvaguarda penal: no defiendo «desfacer los entuertos» de cualquier manera, menos aún fusilando santos, tan sólo digo que tan importantes como los empresarios emprendedores, si no más, son los ciudadanos protestatarios, y que si se quieren superar bloqueos indeseables en nuestros proyectos futuros nunca deben faltar el debate verdadero y el respeto a la voluntad popular. Mientras tanto, mucho tienen que aprender algunos del sabio sacristán alcarreño.

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