El culto a los árboles, mitos y divinidades arbóreas es una afición que nos viene de lejos. Entre los pueblos celtas llegó a ser tal referente en su vida diaria que les llevó a crear su propio calendario. Cada mes estaba representado por un árbol y cada cambio de estación por rituales extraordinarios. En esta época del año, el uno de mayo, celebraban la llegada de la primavera, el Beltane. Una fiesta en la que colocaban hogueras en lo alto de los cerros festejando el regreso triunfal del disco solar. Nueve maderas sagradas de nueve árboles diferentes llevados por nueve personas compondrían el fuego nuevo, que encendían después de haber apagado todos los otros fuegos la noche preliminar

Este ritual de regeneración, asociado a los poderes sanadores del sol, estaba también unido al comienzo del verano pastoral en el que debían subir el ganado a las montañas. Y es el origen de lo que mucho después se convertiría en las celebraciones en torno al árbol de mayo. Costumbres que, adoptadas por la iglesia, pasarían a ser las fiestas a la Virgen María. Sin embargo, aún permanecen múltiples variaciones de este ritual colectivo en lo que se conoce como «Árbol de mayo» o «Mayo», relacionado con ritos de iniciación, emparejamiento, protección de elementos naturales como el pedrisco...

Una fiesta de este tipo, propia de pueblos cuyo ciclo de vida está muy marcada por el ritmo de las estaciones, se celebra en San Vicente de Arana (Alava) el 3 de mayo. Se descorteza un haya, se engalana, se coloca en un extremo del pueblo (donde permanecerá hasta mediados de septiembre) y se baila alrededor. Se le atribuyen poderes contra las inclemencias del tiempo.