La superación del duelo a través del viaje interior
«Génova»
Michael Winterbottom obtuvo en la pasada edición del Zinemaldia donostiarra el Premio al Mejor Director por «Génova», una ficción que utiliza el laberíntico trazado de las callejuelas de la ciudad portuaria italiana para expresar la búsqueda de una familia que ha perdido a la madre, quien adopta una presencia fantasmagórica ante la hija más pequeña.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
Los festivales de cine permiten conocer las películas en primicia, pero esa ventaja se diluye por culpa de un claro déficit de atención. Hay obras que demandan un visionado atento, lo que no suele ser posible dentro de una programación cargada de títulos y que no se presta a estudios pormenorizados. «Génova» fue despachada en Donostia de forma un tanto apresurada, seguramente debido a que no maneja un tema tan evidente como los últimos documentales de denuncia hechos por Michael Winterbottom, al proponer un ejercicio de estilo mucho más depurado por lo que tiene de ficción.
En esta ocasión el cineasta inglés mira hacia dentro, y no hacia fuera, porque, como bien ha dicho, «Génova» nace de sus reflexiones como padre. Aunque el premio al Mejor Director que le concedió el jurado presidido por Jonathan Demme fuera recibido sin excesivo entusiasmo, pasado el tiempo, cobra sentido y coherencia. Fue la constatación del proceso evolutivo de un cineasta que no sólo trabaja el fondo, sino también la forma y que siempre está dispuesto a explorar nuevos caminos, incluso los ya transitados, puesto que a propósito de «Génova» no faltan las comparaciones.
En Donostia se habló principalmente de puntos de contacto con otras dos películas europeas, y que no guardan relación la una con la otra. A «Amenaza en la sombra» se parece en la creación de una atmósfera inquietante, con la diferencia de que la realización de su compatriota Nicolas Roeg era de género fantasmagórico, mientras que Winterbottom utiliza las apariciones en clave psicológica. Lo que les une a ambos es su condición de turistas ingleses perdidos en Italia, ya que su predecesor utilizaba los canales venecianos en su trazado laberíntico, de la misma manera que ahora Génova es recorrida a través de sus estrechas callejuelas por las que es tan fácil despistarse.
En cuanto a su temática familiar en relación directa con el sentimiento de pérdida, en este caso es la madre el importante elemento ausente, guarda más de una concomitancia con «La habitación del hijo», la reciente obra maestra de Nanni Moretti. El padre protagonista de «Génova» también lucha contra la ruptura y el olvido que supone una muerte tan determinante, comprendiendo finalmente que, a pesar de lo traumático de la situación, la unión entre los miembros restantes es posible y necesaria.
Un estallido que no llega
Es posible que algunos espectadores se sintieran decepcionados porque el suspense que envuelve «Génova» nunca acaba de estallar, pero es que se refiere en todo momento a un estado de ánimo, sin que deba afectar a la tensión narrativa más allá de lo estrictamente concerniente a la actitud individual de los personajes. La propia ciudad en la que se ambienta la película actúa a modo de lugar de tránsito, un espacio que marca una etapa de cambio en la vida de los protagonistas. Lo que de catárquica tiene esa experiencia en el extranjero, coincidente con el periodo del luto o duelo, responde a una conmoción íntima, que no podía haber sido expresada desde los convencionalismos genéricos.
El intrincando trazado del callejero genovés es el que marca la búsqueda a la que es sometida la familia compuesta por el padre y sus dos hijas, y de ahí que Winterbottom prefiriera trabajar sobre la improvisación durante el rodaje. Es así como a los protagonistas se les ve realmente perdidos en un enclave totalmente desconocido para ellos, con lo que la desorientación externa refleja su desarraigo a todos los niveles, sobre todo a nivel emocional.
El éxodo
Cada cual reacciona de una manera diferente ante el éxodo genovés, partiendo de la idea del padre consistente en alejar a los suyos de un mundo que en el pasado ha estado presidido por la figura materna. Para la adolescente el paréntesis italiano supone el despertar a la sensualidad mediterránea a una edad ciertamente propicia, por lo que no le cuesta encontrar amigos de su edad dispuestos al contacto que se deriva de las salidas en moto o las fiestas playeras.
Lo de la pequeña es más complicado, debido a que arrastra un tremendo complejo de culpa, al saber que el accidente mortal de coche se produjo por un descuido suyo, de tal manera que lo que fue un mero acto infantil trajo consigo unas fatales e irreparables consecuencias. Está obliga a asumir la responsabilidad y a madurar de golpe, siendo sólo una niña asustada. La neurosis que padece le lleva a sentir la cercanía de la madre, tal vez impulsada por la urgencia de obtener el perdón. Lo que las hijas persiguen de manera intuitiva, para el padre es un tormento real del que es plenamente consciente. No está preparado para plantearse otras relaciones, así que las amistades femeninas son sometidas al distanciamiento, mediante una frialdad que se le hace insoportable a la amiga interpretada por Catherine Keener.
El trabajo de Winterbottom con sus jóvenes actrices no puede ser más explorativo, consiguiendo comportamientos muy distintos de la pequeña Perla Haney-Jardine y de la joven Willa Holand, a las que seguimos en sus largas caminatas guiadas por el sonido ambiente y el desconocimiento de un italiano de ecos gritones. Las clases de piano aportan una sonoridad más familiar, materializando el deseo de reencontrar el camino de vuelta a casa. A Colin Firth le toca hacer de guía en este viaje de redescubrimiento.
El director visitó la ciudad de Génova dos años antes del rodaje. A pesar de que le sirvió de inspiración, la película ha sido rodada en Italia, Suecia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Uno de los objetivos era lograr un escenario europeo.
Tras la muerte de la madre, Joe huye a Génova con sus dos hijas. La mayor conocerá una nueva vida sensual, a la par que peligrosa; la más joven ve el fantasma de su madre vagando por las calles de la ciudad.
La carrera de Michael Winterbottom ha tenido un especial seguimiento por parte del Donostia Zinemaldia, que en el 2003 le dedicó una completa retrospectiva. Desde entonces no ha parado de trabajar a un ritmo constante, que le ha llevado a llegar en tan sólo quince años a la veintena de largometrajes para cine, contando los proyectos que actualmente tiene en marcha. Este año estrena el documental «The Shock Doctrine», adaptado del libro de Naomi Klein sobre el capitalismo neoliberal, y que viene muy bien para explicar las razones de la crisis económica. Pronto volverá a rodar una producción norteamericana, basada en una novela negra de Jim Thompson ya llevada al cine, cuyo título original es «The Killer Inside Me». Más viajero todavía es su siguiente proyecto, ya que se trata de las memorias de Craig Murray, embajador inglés en Uzbekistán. «Murder in Samarkand» estará protagonizada por el actor Steve Coogan, al que Winterbotton ya dirigió en «Tristram Shandy: A Cock and a Bull Story». Su largometraje número veinte podría ser uno titulado «Seven Days», pero sobre el que todavía casi nada se sabe por culpa de la acumulación de rodajes en la agenda del cineasta.