El veterano productor Marc Abraham se pasa a la dirección con un proyecto personal, tras años de lucha para que fuera aceptado por la Universal. Si la idea no vio antes la luz es debido a que «Destellos de genio» se basa en la figura real del inventor Bob Kearns, uno de esos tipos reivindicativos que resultan incómodos sin ser especialmente conocidos. Este hombre se pasó la vida entera con una interminable disputa legal contra las compañías automovilísticas Ford y Chrysler, a las que acusaba de haberle robado su patente del limpiaparabrisas. Aunque finalmente ganó el pleito y fue indemnizado por treinta millones de dólares, el precio que tuvo que pagar a cambio fue demasiado alto, ya que se obsesionó tanto con la demanda que llegó a perder a su socio, a su abogado, a amigos y familiares, e incluso la salud mental.

El problema de algunos biopics sobre personas supuestamente extraordinarias es que suelen resultar, por el contrario, más bien rutinarios. La narración, tal como la plantea Marc Abraham, se hace un tanto reiterativa. La cronología de los hechos incurre en una dependencia de las escenas de juicios, con lo que «Destellos de genio» se sitúa más cerca de la dinámica del telefilm que de la dimensión épica que Coppola volcó en «Tucker: un hombre y su sueño», sobre un visionario que nunca encajó en la industria del automóvil. La película la salva la convincente interpretación de Greg Kinnear, que acierta a asumir su rol de David enfrentado a un moderno Goliat a pedradas dialécticas. En cuanto al resto del reparto sobresale como secundario el siempre brillante Alan Alda, que es el abogado que intenta defender a su cliente con la paciencia y la cordura que le faltan.