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Maite SOROA | msoroa@gara.net

El riesgo de no retirarse el último

Tengo un amigo que se retira siempre el último después de una cena entre conocidos para evitar que lo despellejen los que se quedan. Ibarretxe podía haber pensado algo parecido cuando decidió retirarse de la política. Ayer fue el turno de Luis María Ansón que, en su columna de «El Mundo», lo ponía como a chupa de dómine.

Empezaba bien el vetusto fachendoso: «Napoleoncito de pitiminí, augusto César virtual, diminuto sátrapa de ocasión, tórpida marioneta de Xavier Arzallus, ideólogo de hoja de calendario».

Supongo que las escamas de la política sirven, entre otras cosas, para que a una le resbalen los insultos, pero es que ayer Ansón insultaba con frenesí: «Insufrible Ibarreche. Nos obsequió con su petulancia, su endiosamiento, su estúpida sonrisa de superioridad. No se puede actuar con peor estilo (...) ¡Qué caballerete este lendakari, traidorzuelo a España!». Suma y sigue.

Ansón aprovecha el torrente de insultos para colar, entre col y col, lechuga. Lean, lean: «La lotería de la política encumbra no pocas veces a personajillos de tercera división. Ibarreche es un pobre hombre, un político mediocre, con cara de alumno que se acerca al tribunal sabiendo que le van a catear. Se había creído que él era el pueblo vasco, la legitimidad política, el salvador de la patria, el ungido por los dioses para la liberación de un país que forma parte de la unidad de España desde hace 500 años y siempre fue libre y admirable». Admirable, no sé, pero que el pueblo vasco ha sido siempre libre no se lo cree ni Snoopy.

Y a la hora de terminar su artículo, Ansón saca conclusiones y dicta órdenes: «Al final, el pueblo ha puesto a cada uno en su sitio. A Ibarreche en su casa de la que saltará a una institución bancaria para seguir haciendo daño. Y a Patxi López en Ajuria Enea para que intente desfacer los entuertos del tejido totalitario de los intereses espúreos, alimentados desde la mediocridad por ese personajillo que se ha retirado sin gloria y con pena indecorosa y turbia». Ya sabe lo que tiene que hacer López. De entrada, ponerse firme. ¡Ar!

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