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José Luis Orella catedrático senior de Universidad

Democracia o violencia identitaria

Partiendo de la formación del nuevo Gobierno de Lakua, y a raíz del acuerdo entre PSOE y PP, Orella realiza un interesante análisis sobre la cuestión identitaria que va de lo general a lo concreto y que transcurre desde el ámbito más global hasta una perspectiva nacional vasca. Su lectura de la realidad social subraya el interés que lo identitario tiene en las sociedades actuales, y desmonta algunos de los mitos y falacias más utilizados por los intelectuales y tertulianos españoles. El concepto de identidad defendido en el artículo se relaciona con la pluralidad, el respeto, el desarrollo personal y social, entre otros conceptos y valores. Y también pone sobre la mesa la función que la violencia juega a la hora de imponer o promover identidades.

El nuevo Gobierno socialista de Patxi López con apoyo del Partido Popular es democrático, pero el reconocimiento de su democracia cuantitativa no nos debe impedir afirmar que es un modo de lucha contra una identidad minoritaria, utilizando la violencia de una identidad mayoritaria.

La alianza entre el PSE y el PP en el País Vasco, nos dice Josep Ramoneda, ha tenido tres efectos colaterales: primero, ha blanqueado al PP, sacándolo del aislamiento en el que se había metido con su estrategia de la crispación. Si el PSE puede aliarse con la derecha, será porque no es tan cavernícola como se nos decía. El PP ha conseguido un salvoconducto para acercarse a los nacionalistas moderados. Segundo: como consecuencia, el Gobierno de Zapatero es el que vive bajo el síndrome de la soledad parlamentaria. Tercero: la normalización de lo identitario. El discurso recurrente que ve en los nacionalismos periféricos la paja identitaria e impide ver la viga en los propios nacionalismos hispánicos deja, definitivamente, de ser sostenible. La alianza PSE-PP en Euskadi se ha suscrito sobre las bases más convencionales del repertorio identitario. No podía ser de otra manera: dos partidos que están en desacuerdo en casi todo, porque se disputan el Gobierno de España, sólo podían entenderse en el ámbito de los elementos identitarios compartidos. Con lo cual se confirma que mientras no llegue a la sociedad una nueva revolución laica no hay política que se mueva fuera del espacio identitario. En tiempo de dificultades en todas partes se apela a lo identitario. Nicolas Sarkozy acaba de proclamarse orgulloso de haber restaurado en Francia un discurso que se apoya en la identidad nacional y republicana. La identidad es la religión de la política. Hay que tomarse en serio los discursos identitarios, es decir, romper los tabúes que los protegen y someterlos a la crítica interna, no sólo a la cacofonía de la confrontación con el Otro. Mientras que los estados nacionales no se cuestionen a sí mismos y admitan que los sentimientos de pertenencia ni se imponen ni se prohíben por decreto, no avanzaremos en la construcción de Europa.

La identidad es toda nuestra conducta aprendida, heredada y contrastada. Es lo congénito y lo adquirido, lo heredado y lo aprendido. El ser humano no crece y se desarrolla sino en un ambiente social, en unas formas de pensar y en una o varias lenguas. Podrá renunciar a su geografía, a su religión, a su carnet político, pero no podrá hacerlo a su naturaleza, a su herencia, a su cuerpo, a sus cualidades fisiológicas y psíquicas. La verdadera identidad es la experiencia individual que no será verdadera si no se trasfiere a otros que la asimilan por el trato humano, por la expresión escrita u oral, por el canto y el arte, por las formas de vida y de muerte.

Los logros tecnológicos se globalizan, se asimilan o no, pero nunca destruyen la experiencia. Los mundos sociales y culturales de la familia, de la geografía, de la patria, de los modismos de la lengua materna, del papel que el propio cuerpo y sus limitaciones nos hace jugar en la vida, o la propia genética heredada, imponen un horizonte de actuación y de reacción sensible que llamamos identidad. A esta cultura identitaria no se puede renunciar. Y la suma de culturas individuales de la misma geografía, de igual lengua, de diálogo y contraste aun a cara de perro, a todo eso llamamos identidad.

Los intelectuales españoles, los tertulianos radiofónicos, los historiadores que promocionan el sistema y, en general, los políticos del PP y del PSOE han querido condenar las identidades periféricas, mientras que ellos han violentado y abusado de las instituciones estatales (medios de comunicación, leyes parlamentarias, sentencias judiciales, partidas presupuestarias) para con violencia camuflada hacernos comulgar a todos con una identidad centralista. Reclamamos respeto. Basta ya de imposiciones de violencia no sólo de ETA sino de las estructuras de un estado centralista y nivelador.

Las identidades no se oponen a la globalización ni caen en el etnocentrismo ni en la xenofobia. Entre el etnocentrismo y la xenofobia se instala el afirmar que lo mío es lo mejor para mí, porque es mío. Así como para ti, lo mejor es lo tuyo, porque es tuyo. El etnocentrismo es fundamentalismo filosófico o religioso, pero no lo es ni la opción de trascendencia ni la propia manera de optar ante la vida. Xenofobia es la negación del otro, de lo que tu interlocutor ha hecho del mundo que le rodea, de su geografía, de su lengua, de su familia y de su patria. El verdadero equilibrio entre el etnocentrismo y la xenofobia es el respeto, la madurez humana y el diálogo interracial.

La globalización no terminará arrinconando, minusvalorando ni ninguneando las culturas personales, sociales, familiares y de la patria chica. La globalización no es ni puede ser la constitución de una única cultura mundial, con una única forma de vestir y de pensar, con la utilización de una única lengua. La generalización de unas tecnologías avanzadas se ha dado en todos los tiempos históricos (aceptación de la rueda, maquinismo, industrialización, conquista del espacio), pero la globalización tecnológica no implica la desaparición de las culturas individuales y sociales de la patria chica, de la identidad.

Es necesario hablar con toda claridad de la dignidad de la persona, de la salvaguarda de toda clase de familias, de la riqueza y la pluralidad de las lenguas y del respeto de todas las idiosincrasias. Concluyendo, y en pocas palabras, hay que dar la cara por la protección y el reconocimiento de todas las identidades. Y además esta alianza identitaria del PP y del PSOE habrá justificado para el pasado y para la historia cualquier pacto que realice una identidad minoritaria para su supervivencia.

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