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El traspaso de poderes entre antiguos socios evidencia la falta de una estrategia nacional

Pese a lo que pueden aparentar las últimas declaraciones altisonantes de los dirigentes del PNV, el relevo de inquilino en Ajuria Enea se ha producido entre dos partidos que durante las tres últimas décadas han mantenido una relación de «socios preferentes». Tres décadas en las que el partido jeltzale ha seguido una misma estrategia, la de sentirse «cómodos en España», y para ello siempre han contado con la mano tendida del PSOE, desde los tiempos del GAL que marcaron la etapa de Felipe González en La Moncloa hasta el pleno del pasado martes en el Parlamento de Gasteiz.

La colaboración institucional entre ambos partidos tuvo un capítulo especial con la «cohabitación» en el Gobierno de Lakua desde 1986 a 1998, con José Antonio Ardanza como lehendakari. Pero los estrechos lazos establecidos desde el comienzo de la «transición» no se rompieron con la salida del PSE de los gabinetes presididos por Juan José Ibarretxe. Aquella «ruptura» había venido precedida del apoyo jeltzale a la investidura de José María Aznar, el líder del PP, como presidente del Gobierno español en 1996. De nuevo, la «comodidad» y la «visión de Estado» del PNV primaron sobre los intereses nacionales de Euskal Herria.

Más reciente y más significativa aún, la sintonía entre el PNV y el PSOE quedó patente en el último proceso negociador desarrollado durante la última tregua de ETA. Una colaboración con la que, presumiblemente, los burukides creían haber asegurado la «lealtad» del Gobierno y del partido de Zapatero para mantener un pacto de no agresión que les hubiera permitido mantenerse al frente del Gobierno autonómico al ser la formación más votada en las urnas.

Sólo así sería comprensible que en estos momentos Iñigo Urkullu se sienta derrotado -mientras Ibarretxe se despide como el vencedor traicionado- y que no encuentre más consuelo en el PSOE que el de Ramón Jáuregui, al que su partido ya le ha dado un billete hacia la jubilación política vía Bruselas. Fue el propio Urkullu quien, a finales de 2008, viajó a Madrid para sellar un acuerdo con el PSOE que abarcaba desde los presupuestos generales del Estado hasta los de las diputaciones de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba pasando por los de Lakua. Y lo hizo de espaldas a los otros dos componentes del tripartito, a los que ya había avisado de que su socio preferente seguía residiendo en Madrid, constatando que siempre la estrategia jeltzale pasa por acomodarse al PSOE o al PP.

Estos antecedentes podrían quedar archivados si en el jeltzalismo -al que el PSOE ha retirado ya el lábel de «nacionalismo democrático» al dar por concluida la «transición democrática en Euskadi y en toda España» con la investidura de Patxi López- se produce una profunda reflexión sobre los socios y los instrumentos que pueden permitir avanzar en clave nacional hacia la soberanía de Euskal Herria. En el pacto PSOE-PP tienen el ejemplo más claro de lo que es una estrategia eficaz para conseguir sus objetivos nacionales sin perder ni un minuto en guardar las formas.

Pero no es momento de llorar, sino de ponerse a trabajar, como indicó en la Cámara de Gasteiz Joseba Egibar, aunque el objetivo que él marcó fuera, de nuevo, el regreso de un dirigente del PNV a Ajuria Enea y no el de romper amarras con el unionismo español.

Ni humillada ni derrotada

Todas las naciones que han llegado a convertirse en estados o que han afianzado esa condición frente a la imposición exterior han pasado por fases en las que la dignidad nacional ha sido pisoteada. Se podría entender que esta semana se ha vivido algo similar en nuestro país. Porque indigno es que un partido que se reclama socialista y obrero se haga con un institución pisoteando la decisión democrática. Indigno que haya un lehendakari que apele a su pasado familiar antifranquista cuando consuma ese asalto de la mano de los franquistas y posfranquistas, y convoca a la Guardia Civil y al Ejército para su toma de posesión «sobre tierra vasca».

Igual o mayormente indigno es que haya una formación vasca que entregue la makila con normalidad y que lo haga, además, en Gernika, donde ni las bombas fascistas pudieron enterrar nuestras aspiraciones nacionales. Y donde el mensaje de «la transición ha terminado» recuerda tanto a aquel de «derrotado el Ejército rojo...».

Sin embargo, ni en la India con los cipayos, ni en la Sudáfrica del apartheid, ni en Francia con los collabos... la «comodidad» de algunos nunca logra imponerse sobre la dignidad de toda una nación. Pese al alborozo que resuena a bombo y platillo en los medios españoles, hay señales de que la dignidad de Euskal Herria está viva. Como punto de referencia más próximo, el 21 de mayo hay convocada una huelga general en los territorios del sur para responder en clave nacional a la crisis que ha generado el neoliberalismo global. Los sindicatos abertzales no buscan la comodidad de una mesa en Madrid, o en Ajuria Enea, sino que apuestan por levantar el futuro sobre las espaldas de las mujeres y hombres de una Euskal Herria que se resiste a vivir humillada.

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