Alizia Sürtze | Historiadora
La «revolución» de López y la huelga general del 21-M
Hasta Hitler llegó al poder de un modo bastante más democrático que Patxi López, por mucho que la antivasca periodista Victoria Prego califique de «revolución» este acceso «a la turca» del ultranacionalismo español al Gobierno de Gasteiz. El nuevo lehendakari intenta atraerse los corazones de la clase obrera de UGT y CCOO recordando sus raíces proletarias, pero le traicionan los malolientes votos del PP que proclama no estar dando su apoyo a un gobierno de izquierdas, su discurso derechista que al hablar de «rearme moral» tanto nos recuerda a Franco o a Bush, su puesta en cuarentena por parte de los sindicatos españolistas y, en el caso que nos ocupa y muy especialmente, el terror que le tiene a la huelga del 21-M porque, por encima de fraudes, demonizaciones y represiones, va a servir para fotografiar el vivo, tupido y combativo tejido nacional y social mayoritario vasco, y para visualizar en esta «nueva fase», su primer y decisivo paso hacia la consolidación de una dinámica de interacción en los dominios sindical, asociativo, lingüístico, cultural, nacional, laboral, histórico y electoral, que pueda ir adquiriendo amplitud y peso en la práctica política cotidiana y llevar adelante la lucha civil por el imprescindible cambio social en Euskal Herria; cambio que, por su parte, sólo será factible en concordancia con el avance hacia la liberación nacional y hacia una democracia real, tangible y participativa. Euskal Herria será de izquierdas o no será y, para eso, necesita tener en sus manos los instrumentos para poder decidir su futuro.
Hasta en el estado español ha dejado de colar ya lo del«terrorismo» como primera preocupación de la población. La realidad acaba aflorando y el paro galopante, la precariedad, el intenso recorte de los derechos sociales y laborales, el aumento de la inseguridad y la pobreza, la amenaza sobre las pensiones, el bochornoso trasvase multimillonario de dinero público a manos privadas, el desmantelamiento y privatización del sector público, el chantaje empresarial y, en general, el hecho de que, hasta ahora, la mayor parte de las decisiones institucionales se hayan tomado en el sentido de endosar la crisis a las clases trabajadoras y populares han pasado a constituirse, con diferencia, en el mayor motivo de preocupación de éstas. Normal, teniendo en cuenta que el Estado español se encuentra a la cabeza en lo que respecta a paro, precariedad y ayudas a la banca y a la cola en relación a gasto social, en educación, en pensiones...
Y si está claro que Zapatero, por encima de su retórica de enfrentamiento con el PP en lo económico, sigue empeñado en ocupar banqueta en el G-20, es decir, en apostar por una salida neoliberal y cortoplacista a la crisis según las recetas del FMI, el BM y la OMC, ¿qué se puede esperar de un Gobierno títere como el de López, que no se humillará ante Dios, pero que sí que se arrodilla ante Madrid, ante la ultraderecha y el Opus, ante el aparato militar y, desde luego y siguiendo el ejemplo del PNV, ante el capital financiero y la patronal?
Como dice Fidel Castro, todo aquel que considere imperativa la construcción de un sistema alternativo que sea humano, equitativo, justo y patriótico (es decir, no sometido), debe poder determinar cuáles son los objetivos realizables en función de la relación de fuerzas y las circunstancias en las que interviene y saber trabajar sin precipitación. Pues bien. En las circunstancias actuales, es cierto que la desregulación del mercado laboral, la alta tasa de temporalidad, de subcontratación y de precariedad, la represión pura y dura, la imparable destrucción de empleo con la proliferación de expedientes de regulación de empleo, el miedo al despido, la desmovilización, la degradación de los valores y los principios y el aumento de la resignación, la pasividad y la indiferencia entre las clases populares dificultan la realización de una amplia huelga general y la continuación en el tiempo de una lucha por otro modelo económico, social y nacional vasco.
Pero también es cierto que, por un lado, la situación es verdaderamente grave y requiere de un contraataque sostenido y radical, y que, por otro, en Euskal Herria, por encima de ilegalizaciones, mantenemos viva la rica e imaginativa tradición asociativa y sindical, como lo demuestran los colectivos AHT Gelditu! Elkarlana, Eguzki, Jaizkibel Bizirik, Plataforma Anti Incineración, Elkartzen, Herria Abian, Bilgune Feminista, Euskal Herrian Euskaraz, Ikasle Abertzaleak, EHNE, Hiru, Udalbiltza, Bai Euskal Herriari, Helduak eta Pentsionistak y un larguísimo etcétera.
Y es que, por mucho que disguste a algunos, además de la izquierda abertzale política ilegalizada, existen otras muchas fuerzas que, aunque organizadas sectorialmente y con funcionamiento autónomo, pueden claramente acumularse y aliarse en respuesta a un objetivo común: dinamitar el capitalismo que nos ha llevado a esta virulenta crisis que no es sólo económica sino, como bien afirma Nekane Jurado, «es crisis ecológica, de salud, de valores, de relaciones de género, en definitiva es una crisis del paradigma de civilización desarrollado por el capitalismo».
Junto a la mayoría sindical que constituyen ELA y LAB, tenemos pues mimbres y potencial más que suficientes para sacar adelante con éxito la huelga general del 21-M y para convertirla en punto de inflexión en la respuesta popular a ese capitalismo que ahora pretenden refundar y «humanizar», pero en cuya salvación momentánea las instituciones llevan invertidos 30.000 miles de millones de dólares de nuestro dinero en todo el planeta, con las terribles consecuencias que para la gran mayoría de la población ello ha acarreado y acarreará. La única manera de salir de la crisis es, desde Euskal Herria, luchar por ese cambio social que nos lleve a la emancipación nacional y social que deseamos la gran mayoría. No es, desde luego, un camino fácil, pero sí un camino que se puede ir desbrozando y recorriendo desde muy diversos ángulos.
Por un lado, estarían las exigencias inmediatas y la denuncia permanente de su incumplimiento: socialización y control total del dinero público, cambio de política fiscal, defensa del aparato productivo nacional, mejoras salariales, ayudas a la vivienda, alquileres reducidos, préstamos inmobiliarios sin interés, detención de todos los embargos y ventas en pública subasta de los bienes de los trabajadores, dignificación del empleo, prohibición de la subcontratación, control estricto sobre los expedientes de regulación, aumento esencial de las pensiones, mayores subsidios de desempleo para todo el período, eliminación de la corrupción, educación y salud totalmente públicas, desarrollo sostenible en lo medioambiental, reducción drástica de los intermediarios, abolición del IVA sobre los bienes de consumo elementales, deslegitimación del llamado «diálogo social»... Cuando Patxi López plantea como una de sus bases programáticas la desaparición de los espacios públicos y del ámbito educativo de cualquier atisbo de comprensión y justificación de la violencia, lo que en realidad pretende es deslegitimar (y, por tanto, reprimir), bajo el paraguas del «terrorismo», el derecho a toda forma de crítica o de lucha social y nacional, pasada, presente y futura. Para el capital, es la jugada perfecta.
La pelea por las exigencias inmediatas y los objetivos concretos, indudablemente, no se puede quedar en eso. Tiene que ir unida al desarrollo de un pensamiento crítico sobre el poder y todas sus mistificaciones, sobre el valor de la dignidad, la cultura de las ideas, la ética ligada a la clase y la libertad. «Para cambiar el mundo, hay que empezar por cambiarse a sí mismo». Tenemos que redescubrir para qué vivimos; cual es la función de la banca (¿robar?), la vivienda (¿invertir?), el trabajo (¿sobrevivir?), el mercado (¿profundizar las desigualdades?), el consumo (¿esclavizarnos?) o la educación (¿prepararnos para el mercado?); en qué invierten nuestro dinero y en qué quisiéramos que lo invirtieran... en definitiva, si somos protagonistas o meras comparsas de nuestra propia vida.
Todos estamos convocados a secundar la huelga general del 21 de mayo: el amplísimo arco iris de trabajadores (fijos, con expediente de regulación, en prácticas, con contrato de obra, subcontratados...), los parados, los jubilados, las mujeres, los estudiantes, los autoexplotados autónomos...
De todos depende que la huelga sea un éxito que marque el inicio de un camino sin retorno hacia nuestra liberación personal, social y nacional y en solidaridad con todas las clases y todos los pueblos oprimidos del mundo.