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Intriga conspirativa a la espera de la fumata blanca

«Ángeles y demonios»

El renacimiento de la secta de los Illuminati se convierte en la nueva amenaza para el Vaticano, mientras se celebra el cónclave para elegir al Papa que sustituya al que ha sido asesinado. Los conspiradores se servirán de las investigaciones científicas llevadas a cabo en Suiza sobre la antimateria, para meter más presión al experto en simbología Robert Langdon.

Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

La astronómica recaudación de «El Código Da Vinci» sirvió para demostrar la nula influencia de la crítica cinematográfica, ya que la película fue masacrada por la prensa especializada, lo que no impidió que en la taquilla mundial alcanzara casi los ochocientos millones de dólares. El público que paga siempre tiene la razón, así que nada se puede hacer ante eso, pero cualquier manual de sociología aplicada sirve para darse cuenta de que detrás de tan multitudinario éxito hubo una campaña de marketing bien orquestada.

Procede hablar de ello, porque el productor Brian Grazer anduvo más inspirado en sus estudios de mercado que en la parte estrictamente cinematográfica, resuelta junto con su socio Ron Howard de aquella manera. Partían del best-seller de Dan Brown con parte del camino andado, pero supieron echar más leña al fuego del anticatolicismo, utilizando ese extendido sentimiento como elemento de provocación. Como quiera que el Opus se veía atacado de forma muy directa, en su fanatismo mordió el anzuelo prestándose al fuego cruzado. Una vez más quedó de manifiesto que lo importante es que hablen de la película, aunque sea mal, pero que hablen.

El mayor problema con el que se enfrenta ahora «Ángeles y demonios» es la ausencia de polémica antes del estreno, seguramente debido a que el Opus ya no está de por medio. También es posible que en los medios cercanos al Vaticano hayan aprendido la lección, y lo cierto es que se han limitado a comentar que la película resulta inofensiva para la fe católica, señalando de paso que es mero entretenimiento comercial lleno de errores de contenido e inexactitudes históricas. No les falta razón, puesto que la propia novela de Dan Brown ya contenía dichas erratas, algunas de ellas corregidas en las sucesivas ediciones, así como otros tantos fallos lingüísticos, por cuanto no cabe achacar fallos solamente a la versión cinematográfica. A falta de la publicidad gratuita que supone toda controversia, los productores de «Ángeles y demonios» han decidido apostar por la espectacularidad, gracias a los beneficios obtenidos con su precedente. El estreno romano se llevó parte del millón de dólares presupuestado para la presentación, ya que el equipo artístico (es un decir) de la película desfiló por la alfombra roja escoltado por una guardia suiza ataviada exactamente igual que la de verdad, a la vez que a ambos lados del cine se podían ver las representativas esculturas de Bernini en un tamaño descomunal.

A simple vista tanto dispendio puede parecer excesivo, pero Brian Grazer sabe muy bien lo que se hace, porque lo que quiere vender con «Ángeles y demonios» es humo, como el de la esperada fumata blanca, y no es nada fácil. Hay que tener en cuenta que la novela que hizo estallar el fenómeno Dan Brown fue «El Código Da Vinci», mientras que «Ángeles y demonios», publicada tres años antes, no suscitó el mismo interés por parte de Hollywood. Ha sido después cuando se han interesado por la «precuela», llevados por el interés de mantener una franquicia, para lo que el escritor ya está trabajando en una nueva novela y las continuaciones que haga falta.

Dado que «Ángeles y demonios» nunca armó tanto ruido como el posterior libro, a los responsables de la versión cinematográfica les toca hacer que no parezca un título menor, engrandeciéndole a como dé lugar. La primera táctica ha consistido en olvidarse del orden de publicación de los textos, presentando a los espectadores de cine «Ángeles y demonios» a modo de secuela del anterior largometraje, a fin de establecer con ese público una complicidad, a la espera de que repita y vuelva a pasar por taquilla.

Satisfacer a los espectadores

Para confeccionar la nueva película el equipo de Grazer y Howard no se ha preocupado de corregir los muchos defectos apuntados en las críticas de «El Código Da Vinci», sino de satisfacer a los espectadores en sus quejas, abriendo una especie de departamento comercial de peticiones del cliente.

Las reclamaciones de los usuarios se pueden resumir en dos: el peinado de Tom Hanks y lo larga que se hizo la anterior película. Respecto a lo primero, los encargados de peluquería y maquillaje ya se han encargado de cambiar la imagen del actor, que luce más discreto. Lo malo es que el intérprete del experto en simbología religiosa Robert Langdon se lo ha tomado tan al pie de la letra que, además de mostrar una cabellera que pasa desapercibida, incurre en una economía gestual que algunos comentaristas han confundido con desgana y falta de profesionalidad.

El hombre lo que trata, en realidad, es de no incurrir en las ridículas expresiones de sorpresa que exhibió antes, para mostrarse más circunspecto y concentrado en no se sabe qué, tal vez en que con «Ángeles y demonios» se convierte en el actor mejor pagado de la historia, con un contrato de cincuenta millones de dólares.

Para dar respuesta a la segunda de las protestas, se han introducido más retoques en el guión adaptado, que esta vez no ha sido escrito por Akiva Goldsman en solitario. David Koepp, habitual colaborador de Spielberg, se ha encargado de supervisar el argumento con el objetivo de aligerarlo. De tal suerte que la narración avanza a mayor ritmo, pasando de un escenario a otro rápidamente hasta conseguir una relativa sensación de vértigo, que no disimula lo previsible del desenlace.

Ayelet Zurer es la nueva chica Da Vinci

La actriz israelí Ayelet Zurer acompaña al protagónico Tom Hanks en «Ángeles y demonios», porque Robert Langdon, al igual que James Bond, debe de tener una chica a su lado en cada una de sus investigaciones. No era cuestión de sustituir a la Audrey Tautou de «El Código Da Vinci», sino de mostrar una cara nueva para un nuevo caso. Encarna a la científica italiana Vittoria Vetra, que trabaja en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), con sede en Ginebra. Tras la muerte de su padre se ve involucrada de lleno en la conspiración vaticana, sirviendo de gran ayuda por sus amplios conocimientos en otras materias, como puedan ser la historia o el latín. Se le supone incluso un mayor dominio del terreno que su colega extranjero, aunque es sabido que los lugares emblemáticos que visita son meras reproducciones en estudio de los escenarios reales, ante la denegación de permisos para rodar en la Santa Sede. Ayelet Zurer dio el salto a Hollywood gracias a Spielberg, quien le incluyó en el reparto de «Munich», donde hacía el papel de esposa de Eric Bana. En su país se consagró en el 2003 con «Las tragedias de Nina», ganadora de once premios de la Academia de Cine de Israel.

M.I.

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