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ANÁLISIS | Un partido para la Historia

La España real (o la no España)

Si ruidoso fue el recibimiento de la mayoría de Mestalla a los reyes españoles y su himno, no menos estruendoso ha sido lo hecho por TVE y sus consecuencias. Pese a los discursos reaccionarios que hablan de que no hay que mezclar la política con el deporte, lo que sucede en los campos de fútbol, gracias a la desinhibición general, acaba siendo un retrato bastante fiel de la sociedad.

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Iñaki IRIONDO

Alguien con mejores dotes para la literatura que quien suscribe podría hacer un delicioso retrato con la imagen del rey y la reina de España saludando con su personal movimiento de manos a decenas de miles de personas que en Mestalla les pitan y abuchean hasta el punto de conseguir hacer inaudible la Marcha Real, que estaba sonando, por cierto, seis veces más potente que el resto de la música de ambiente. El gesto es tan ridículo como el de un emperador romano saludando a las masas rugientes del Coliseo que piden que sea a él a quien se coman los leones y que liberen a todos los gladiadores.

El recibimiento en la final de la Copa evidenció que, al menos ante los ojos de buena parte de Euskal Herria y Catalunya, el rey está desnudo, y no sólo por monarca -hay una evidente pulsión republicana en tan sonoro abucheo- sino también por español. Desconozco qué pasaría por la cabeza de los reyes mientras ponían buena cara a semejante tormenta, pero está claro que su corte está llena de ciegos o aduladores. La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández, aseguró que la pitada es un hecho aislado que «no empaña» el respeto de la mayoría a la Monarquía que reflejan las encuestas. Su opositor -pero en esto coincidente- Mariano Rajoy abundó en ello asegurando estar convencido de que «la inmensa mayoría» de los aficionados del Fútbol Club Barcelona y del Athletic de Bilbao están, «como todos los españoles, con el Rey, la nación y el himno».

Puede ser -la Abogacía del Estado y la Fiscalía quizá tengan datos- que Mestalla estuviera en realidad llena de «batasunos», «sucesores» e «instrumentalizados» que se distribuyeron a sorteo camisetas blaugranas y rojiblancas y pagaron las decenas de euros de cada entrada sólo por darse el gusto de pitar a Juan Carlos I. Pero más sensato parece pensar que los miles de aficionados desplazados a Valencia desde Catalunya y Euskal Herria son una variopinta representación de sus respectivas comunidades, a los que les une el amor por los colores de su club y no una ideología concreta. Y si, pese a ello, la mayoría coincidieron en la pitada, más vale reflexionar sobre qué ocurre en tierras vascas y catalanas para que los símbolos de España sean tan ruidosamente rechazados, en lugar de decir, como hizo la portavoz parlamentaria del PP, Soraya Sáenz de Santamaría, que son «una minoría que no entiende ni de fútbol ni de política». La realidad no es sólo la que puede verse en el palco del Bernabeú cada quince días o en la Condomina cuando les regalan un partido de la selección española. Estos abucheos son también parte de la España real que sería una no España si le dejaran elegir.

Pero la reflexión democrática no es la seña de identidad de la España oficial. Basta ver lo que hizo TVE: primero, cuando comenzaron los pitidos, se marchó de Mestalla a San Mamés y a la Plaza de Catalunya; y después ofreció el momento del himno en diferido y editado, metiendo la Marcha Real en primer plano y dejando la pitada en un rumor de fondo. Luego, durante todo el partido evitó planos generales de las gradas llenas de ikurriñas y senyeras. TVE dice que no hubo censura ni retoques, que retransmitieron el himno como lo tenían grabado. Los audios de ETB, TV3 y la Cadena Ser -accesibles por Internet- demuestran que en el campo apenas se escuchó.

La torpeza de TVE se saldó con la cabeza del director de deportes rodando escaleras abajo, con la acusación de haber incumplido órdenes directas sobre la emisión. Sea como fuere, la actuación de la cadena pública, en lugar de poner sordina a los abucheos, se ha convertido en el mejor altavoz del descontento de las hinchadas con la Marcha Real y todo lo que significa. Y ha conseguido que medios internacionales se interesen por el jeering que vascos y catalanes dedicaron al himno y a los reyes.

En contraste con la antipatía que en general suscitaron los más altos símbolos españoles, para la posteridad quedará el hermanamiento entre las aficiones y el hecho de ver a los jugadores del Barcelona saludar a la hinchada del Athletic. Y ahí estarán también las imágenes de Puyol con la ikurriña, Xavi con la bandera rojiblanca y Eto'o con una bufanda bilbaina. Por contra, en el lado oscuro se esconde que protocolo y seguridad impidieran que Piqué pudiera ir a recoger su trofeo con la estelada independentista catalana

Dicen que no hay que mezclar la política con el deporte. Pero lo que les incomoda es que los pueblos vasco y catalán, en cuanto tienen la oportunidad, se convierten -esta vez además, juntos- en una fotografía que no es oficial.

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