GARA > Idatzia > > Kultura

Eszenak

Una voz que se asoma al vacío

Josu MONTERO

Escritor y crítico

Ainielle existe. En el año 1970 quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto», advierte Julio Llamazares en el pórtico de su vieja novela «La lluvia amarilla». En sus páginas asistimos al desolado y fantasmal monólogo del último habitante -y ya asomándose al vacío- del abandonado pueblo, que la compañía madrileña (In)constantes Teatro ha llevado a la escena y que hoy y mañana podemos ver en el Principal de Donostia después de haber pasado por otros escenarios vascos.

Nacido en Vegamián, un pueblecito leonés anegado por las aguas de un pantano, Llamazares ha afirmado que los escritores que más le interesan son aquellos que están vinculados estrechamente a un paisaje, a un territorio, en el que aprendieron a ver el mundo: «El paisaje es memoria porque la memoria se refleja siempre en el paisaje en el que ha ocurrido tu vida. Es un espejo, no el telón de fondo de un escenario; en ese espejo se refleja la vida de las personas. Cuando el paisaje desaparece, la memoria se duele y se resiente, y de ese dolor de la memoria nace la melancolía, y de la melancolía nace el aliento poético». Esa lluvia amarilla del título no es otra que la de las hojas del otoño, el fluir del tiempo y su derrumbe sobre la memoria.

Hay determinados rasgos que facilitan que una obra literaria no escrita expresamente para el teatro funcione bien en él. Uno de ellos es la música, la música de las palabras. «Siempre he buscado la música como parte fundamental de la escritura. Si tengo la historia y no tengo la música no escribo», ha afirmado recientemente Llamazares; y, sin duda, ese monólogo impregnado de melancolía y de soledad que es «La lluvia amarilla» la tiene. Como también tiene una música oscura y precisa la trilogía novelística «El reino de Celama» -«La ruina del cielo», «El espíritu del páramo» y «El oscurecer»- del también leonés Luis Mateo Díez y que Teatro Corsario ha trasladado brillantemente al teatro en la crepuscular «Celama», dirigida por Fernando Urdiales y publicada por la editorial vasca Artezblai. A esta obra se le pueden aplicar las palabras de Llamazares acerca del paisaje, el territorio, la memoria y la poesía. Recuerdo a vuelapluma otros recientes espectáculos teatrales creados a partir de textos literarios no dramáticos. Alex Rigola y el Teatre Lliure convirtieron en un espectáculo de más de cinco horas «2666», la voluminosa novela póstuma del escritor chileno-mexicano-catalán Roberto Bolaño. Calixto Bieito hizo lo propio nada más y nada menos que con la madre de todas las novelas de caballerías, la excesiva «Tirant lo Blanc», de Joanot Martorell. Sin olvidar la personalísima versión de la clásica y libertina «Las amistades peligrosas», de Chaderlos de Laclos, que el esloveno Tomasz Pandur firmó en «Barroco». Y esperemos poder ver por aquí la fresquita versión teatral de «Las tierras de Alvargonzález», el extenso y negro poema de Antonio Machado, producido para conmemorar el 70 aniversario de su muerte en Colliure semanas después de abandonar la victoriosa España franquista.

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo