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Patxi López, lehendakari por la gracia del PP

El hecho de que un político que accede a una institución no jure sobre la Biblia el cumplimiento de sus funciones, como recientemente hizo Patxi López en Gernika, no es garantía de que esa supuesta laicidad se refleje en la toma de decisiones que afectan a la vida social e institucional. Así lo afirma Víctor Moreno, que concluye identificando a Patxi López con uno de los Arquímedes a los que el nuevo lehendakari se refirió en una entrevista.

Yqué más dará que los políticos juren, prometan o comprometan sus cargos y sus carteras ante la Biblia de Jerusalén en verso alejandrino o ante la novela «El hombre que fue jueves», de G. K. Chesterton, o el Catecismo del padre Astete!

¿Acaso significa algo distinto, con sustancia y alcance pragmático moral si se hace ante, cabe, sobre, tras, delante, detrás de la Constitución de Cádiz, la Ley Paccionada, el Estatuto de Gernika o el de Torrelodones?

Lo mismo podría decirse de la postura física adoptada. ¿Qué plus de autenticidad añade al acto si se hace de pie, de rodillas, tendido prono, supino o metido en una cama al estilo Groucho Marx?

¿Qué aporta, en realidad, la actitud fría y formalista que supone «jurar» «a lo Patxi López», es decir, mandando a Otxandio la fórmula redactada por Juan Ajuriaguerra, «ante Dios humillado», rechazando la presencia no sólo de ese crucifijo de 71 centímetros de alto y 30 de envergadura, pieza histórica donde las haya, sino despreciando la primera Biblia traducida al euskera de la mano del escritor Jean Pierre Duvoisin?

Más desprecio a las reliquias sacrosantas del vasquismo secular no se había visto nunca. Y ya puestos, podía haberlo hecho bajo una higuera o un manzano, tan dignos y tan insignes como un roble.

Menos mal que, en cuanto empiecen las discusiones en el Parlamento, nadie se acordará de si López juró ante el Apocalipsis de San Juan, el Estatuto de Gernika y, menos aún, si lo hizo a ritmo de jazz, de zambomba o de corno inglés.

Que se sepa, la actual crisis de beneficios que encoleriza a los empresarios y machaca al proletario nadie la explica buscando una conexión, aunque sólo fuera tenue y sutil, con el hecho de que Zapatero juró o prometió su cargo ante la Constitución y ante un crucifijo así de grande.

Es más, en los casos de corrupción que durante estos años hemos padecido, ningún analista, aun siendo agnóstico o ateo, ha recordado que ciertos políticos corruptos juraron sus cargos ante la Biblia y ante la mirada nada complaciente de un Nazareno estreñido. Tampoco he detectado a ningún meapilas trascendental, tipo Juan Manuel de Prada, viendo en las corrupciones de ciertos políticos de izquierdas una relación de causalidad con el hecho de no jurar sus cargos ante el Cristo de los Humillados, sino ante una Constitución aconfesional. Pues si, como aconsejaba Locke, no había que fiarse de los ateos a la hora de firmar un documento contractual bajo el imperativo del nombre de Dios, lo mismo cabría imaginar del político laico y agnóstico, que no sé si es el caso de Patxi López.

Si lo es, habrá que recordar que ser laico no es incompatible con ser creyente, de misa y comunión, si no diaria sí cuaresmática y pascual. Y si lo es, habrá que esperar, entonces, a ver qué hace como lehendakari a favor de ese laicismo que, de momento, por no serlo, no es ni constitucional. Porque una cosa es afirmar de forma protocolaria el propio laicismo y muy otra luchar día a día contra la invasión permanente de esas termitas de la vida civil que llamamos obispos.

La verdad es que a estas alturas de la vida uno desconfía de todos estos actos protocolarios que, a decir verdad, no dicen ni prometen nada. Lo único que demuestran es que el ser humano es fetichista por naturaleza e hipócrita por vocación. Luego se dirá que los supersticiosos son los habitantes de no sé qué isla del Pacífico, que cuando nombran al jefe del agua de su territorio lo hacen ante la mirada vigilante de una calabaza vacía. Calabaza vacía o Estatuto de Gernika, ¡qué más da!, si ambos fetiches -mutatis mutandis- cumplen la misma función mítica.

Si no fuera por los trajes -recuérdese que los romanos en estas circunstancias iban vestidos de blanco, «a quienes por esto llamaban candidatos» (de cándido), según cuenta Tácito- y por los pelos pringados de gomina, podría decirse que nos encontramos en plena zambra medieval. En el caso de López, desde luego, aunque no haya sido elegido lehendakari por la gracia de Dios, pero sí por la gracia del PP, que para el caso es lo mismo o, quizás, mucho peor.

El Dios de España siempre estuvo más cerca del PP que del PSOE, e incluso que del PNV, que es mucho decir. Pues Sabino Arana era un jesuitón de mucho cuidado, lo mismo que algunos de sus más ilustres descendientes. Arana era un reaccionario meapilas integral. Admiraba a Ignacio de Loyola y era devoto de Sardá i Salvany, autor del best seller del XIX, «El liberalismo es pecado».

Que no aparezca Dios en los actos protocolarios de la política no supone ningún avance importante si, a continuación, quienes los protagonizan no toman otras decisiones laicas en la vida social e institucional del país. La mayoría de los políticos, incluidos los socialistas, se han cagado de miedo ante los obispos.

Le preguntaban a Patxi López si sabía quién era Arquímedes. Respondió al periodista que a cuál de los dos Arquímedes se refería. Me recordó a Miguel Sanz, para quien también existen dos Demóstenes. Uno que siempre lleva la espada al cinto y a veces la coloca hábilmente en el techo -la famosa espada de Damocles-, y otro que lleva un discurso a punto de aflorar a sus labios, la espada de Demóstenes, por el que siente predilección el político navarro.

Por supuesto que existen varios Arquímedes. Uno, aquel que estableció que «todo cuerpo sumergido en un líquido experimenta un impulso hacia arriba igual al peso del volumen del fluido que desaloja y aplicado en el centro de gravedad del fluido desalojado». Un segundo Arquímedes recuerda que hay tipos que desalojan más de lo que pesan y experimentan un impulso hacia arriba muy superior al valor de su vida.

Y existe un tercer Arquímedes menos conocido, tan real como los dos anteriores. Dice así. Hay personas que desplazan mucho menos de lo que pesan. Están colocados en una altura inferior a su talento y sumergidas en el anonimato, pero que, si lo quisieran, podrían deslumbrarnos con sus actos y con su trabajo, prometan o no sus cargos ante una Biblia o un tebeo de El Capitán Trueno.

A qué Arquímedes de los tres encarna Patxi López pronto lo sabremos por sus actos, pero ya hay agoreros que aseguran ver en él la plasmación del segundo Arquímedes descrito.

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