Imanol Intziarte Periodista
Abducidos por un balón de cuero
Bien, vale, se acabó. Dos meses de espera para algo que se ventiló en noventa minutos. Unos lloran y otros ríen. Así es el deporte. Es buen momento para hacer un pequeño balance y, de paso, desfogarnos un poquito. Sí, lo sé, ha sido una saturación total y absoluta. ¿El tema lo merece? Pues como casi todo en esta vida, es relativo. Seguro que a los más entusiastas hinchas del Athletic todo les ha sabido a poco. Otros habrán terminado hasta la coronilla. Habrá quien ni fu ni fa.
Pero en este caso el cuerpo me pide dar un poquito de caña a quienes, cada vez que surge un evento de este tipo, se suben a un púlpito para concluir que los hinchas de tal o cual equipos son seres sin criterio, a quienes les ponen por delante el telón del balompié para que no vean otras realidades que se esconden detrás. Y se lo tragan tan felices, como el soma de «Un mundo feliz». Como si gastarte una pasta por viajar con tu equipo te impidiera darte cuenta de que hay un montón de gente que no puede permitírselo porque está en el paro, que hay un nuevo lehendakari que ha llegado al cargo como ha llegado, que se siguen apuñalando a mujeres por el hecho de serlo...
Desde esa pretendida superioridad moral e intelectual, aplican la teoría a otros ámbitos. Son los que ensalzan a un grupo musical siempre y cuando no venda un mísero disco, ya que si triunfa dirán que es «comercial» y que «se repite». Sus fans serán, obviamente, gentes sin criterio alguno. Y en el cine no digas que te entretienen las pelis de acción de Bruce Willis o toda la saga de «Indiana Jones», porque serás tachado de «superficial». Donde esté una buena peli en versión original subtitulada de cualquier remoto país... Lo que me saca de quicio es esa teoría excluyente según la cual una persona que hoy ve «La jungla de cristal» no puede mañana leer «La caverna» de Platón y pasado animar como un poseso en las gradas.
Si no les gusta el fútbol, pues que no lo vean, pero que no se crean más listos y mejor informados. Bastante nos solemos amargar cuando miramos el marcador.