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Maite SOROA | msoroa@gara.net

Cuestión de pitos

Aquellos que se asomaron a la tele para ver el partido de la final de la Copa -mejor aún los presentes en las gradas de Mestalla- asistieron a la multitudinaria pitada de repudio contra el himno español y su monarca. Y, claro, ayer en la prensa hispana se rasgaban las vestiduras.

J. F. Machuca, en «Abc» se preguntaba si había algún lugar en la Tierra «al margen de algunas repúblicas bárbaras de arranque musulmán en los bordes orientales de la antigua URSS, dónde el himno nacional sea insultado y menospreciado». Tiene gracia la comparación.

Y luego se centra en lo suyo: «Ayer, en la final entre el Bilbao y el Barcelona, tras el calentamiento nacionalista de las vísperas, donde unos y otros coincidían en reconocerse como países ajenos a España». Pues va a ser que sí.

Pero había cosas que le dolían todavía un poco más: «Los responsables de la retransmisión televisiva daban la impresión de estar emitiendo no una final de la Copa del Rey sino una estudiadísima maniobra de solapamiento. Y nos dejaron sin el himno nacional. Cuando sonaba, en mitad de un atronador abucheo, los chicos de TVE conectaron con Bilbao. Encima mamoneo. Como ni los vascos ni los catalanes de la final querían escuchar el himno español, TVE se lo hurtó al resto de los españoles. Y asistimos a la primera Copa en la que el resto de España no puede escuchar su himno. Por que no gusta ni en Bilbaostán ni en Barcelonastán». Escribe el tío desde el corazón mismo de la civilización...

Y termina cociéndose a fuego lento en su propia contradicción: «El talibanismo periférico insulta al himno de España y el buenismo acabestrado de los responsables televisivos nos hurta una nueva realidad. Se han especializado en contarnos mentiras. Podemos sacar conclusiones. La primera que se me ocurre es que nos hemos perdido de tal forma en la laguna negra de las identidades parciales que la única forma de autoafirmar nuestra pertenencia es insultando la del otro. Aquí ya no hay españoles sino para trincar más y más de los presupuestos. Aquí ya no somos hijos de la misma tierra. Sino vecinos enemistados que se han jurado odio eterno porque uno paga más que el otro a la comunidad de vecinos».

Si nos respetaran como vecinas habría menos pitos y abucheos.

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