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Los cuatrocientos golpes

Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Existen melodías que se nos graban en la memoria acompañadas de las imágenes a las que completan, inconfundibles, inolvidables. Las composiciones de Jean Constantin representan los sonidos que me introdujeron en el mundo de los recuerdos de un maravilloso cineasta llamado Françoise Truffaut. Blanco y negro, soledad en cada secuencia, algo de camaradería, las calles de París en los años cincuenta, sus escuelas y hogares, los libros... Una ciudad a vista de pájaro, una infancia robada que corre para ser libre en busca de la edad adulta, ésa que parece curarlo todo, incluso la rebeldía y las ansias de libertad. Antoine Doinel representa lo más íntimo del realizador francés, es su espejo en el cine. Un niño sediento de atención y cariño, vacilante, enamorado de la literatura, es el mismo Truffaut melancólico y travieso.

Las imágenes se suceden en la película llevándonos de la mano de la vida del protagonista, todos y cada uno de los detalles son importantes, hasta los que quizás se hayan colado en el celuloide por «azar». Existen películas para el recuerdo y esta es una de ellas, de las que cala hondo, de ésas que no podemos olvidar, de las que, a pesar de su crudeza, nos infunden esperanza y nos animan a seguir desafiantes, provocando que el espectador corra junto a Antoine Doinel. Un niño en busca de su destino, desesperado por encontrar su camino, que corre para alejarse de aquello que lo hace prisionero. Truffaut buscaba su verdad cinematográfica, lo hacía mirándose a sí mismo, acercándose a su verdad, puede que «si hablo desde la verdad, creerán lo que digo». Aún hoy, después de que él haya desaparecido, las imágenes de «Los cuatrocientos golpes» siguen palpitando, traspasando la línea de la ficción llegando hasta lo más hondo de aquel que las disfruta, vivas, creíbles y emocionantes.

Pocas historias se han contado en el cine con tanta sencillez y con semejante maestría. Pocas historias sobre la infancia han logrado sobrecoger a tantos cinéfilos.

Han pasado cincuenta años desde que Cannes «Los cuatrocientos golpes» le proporcionara a François Truffaut el premio a la Mejor Dirección y un lugar en la historia de cine. Aquí comenzaría su vida como cineasta, aquí comenzaría la traslación de sus recuerdos al celuloide, aquí empezó un nuevo sendero para entender el oficio del cineasta. Después llegarían muchos otros, muchas otras películas, ninguna como «Los cuatrocientos golpes».

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