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Cómo limpiar una mancha profunda

«El milagro de Henry Poole»

El realizador de cine terrorífico Mark Pellington se pasa a la comedia con fines terapéuticos, a fin de superar una dolorosa experiencia personal. En la pantalla, Luke Wilson se convierte en su alter ego.

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M. INSAUSTI | DONOSTIA

Esta comedia milagrera puede llegar a desconcertar al haber sido dirigida por Mark Pellington, un cineasta ligado al cine de terror con títulos como «Arlington Road» o «Mothman, la última profecía». Sin embargo, la decisión de rodar el guión del mexicano Albert Torres le vino a raíz de una crisis personal, al no conseguir superar la muerte de su mujer. El rodaje debió de ser para él como una terapia, como una cura o sanación espiritual, y de ahí que se entregara en cuerpo y alma a un proyecto que, en principio, no se antojaba muy adecuado para sus características. No obstante, sí que en la película existen elementos fantásticos, por más que contenga una cierta crítica al fanatismo religioso y a la explotación de fenómenos extraños, en este caso la aparición de unos manchones en una pared de la casa del protagonista que son identificados por una vecina beata como el rostro de Cristo.

A Pellington no le interesa el debate entre la fe y la razón, porque, en definitiva, no se deja deslumbrar por el supuesto hecho milagroso en sí, sino que se decanta por seguir la transformación que se produce en el Henry Poole del título, al que encarna de forma convincente Luke Wilson, como consecuencia de la expectación generalizada que levanta el desconchado en la pared. Por primera vez en su vida, este ser depresivo se da cuenta de que el próximo existe, a medida que su hogar es visitado por personas de toda condición. De este modo, sale del pozo anímico en el que se encontraba, tras encerrarse en una espiral autodestructiva resultante del fatal diagnóstico para la enfermedad terminal que padece.

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