Sumergidos en el fango
Iñaki LEKUONA
Periodista
El torpedo que, en plena carrera presidencial, le lanzó Nicolas Sarkozy a Jacques Chirac en 1995 no consiguió malherir el futuro político del aquel entonces alcalde de París. Al contrario, su mal calculada apuesta por Edouard Balladur se le volvió en contra, tocándole en la línea de flotación. Sin embargo, Nicolás Sarkozy no naufragó. Achicó responsabilidades, se mantuvo en la superficie y lo hizo con tanto éxito que acabó sentándose en el sillón presidencial de aquel al que quiso hundir. Una demostración de la ambición humana. Y de que, como dijo un intelectual en aquel entonces, la mierda siempre sale a flote.
El principio de Arquímedes ha vuelto a ponerse de manifiesto casi tres lustros después de aquello. La investigación sobre el atentado que mató a once ingenieros franceses en Karachi en 2002 ha sacado a flote los restos del tracto intestinal de la política, manchando al propio presidente de la República. Los jueces instructores han descartado la pista de Al-Qaeda y apuntan ahora a un truculento asunto de comisiones vinculadas a la venta de submarinos en 1994; un dinero que se pagaba en Pakistán pero que revertía al punto de origen y que pudo servir para financiar la campaña presidencial de Balladur, cuyo responsable era el propio Sarkozy.
La investigación apunta a los servicios secretos pakistaníes como responsables de una represalia por comisiones no pagadas, comisiones cuyo grifo cerró Jacques Chirac al acceder a la presidencia. El círculo excremencial se cierra. Quizá alguien se pregunte por qué París, que conocía la verdad desde el primer momento, no sacó a relucir la evidencia. La verdad raramente flota. Menos aún en el mar fangoso de la política.