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Diplomacia sí, pero sin desvirtuar el objetivo

El presidente depuesto pero legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, no regresará hoy a su país, como había anunciado. Pero el motivo de ese aplazamiento de su regreso no ha sido la amenaza de detención hecha por el Gobierno ilegítimo de Roberto Micheletti, sino el ultimátum de la Asamblea General de la OEA para que Zelaya sea restituido. Así pues, el próximo sábado, una vez concluido el plazo, Zelaya regresará a Honduras, según manifestó ayer. Hasta entonces la diplomacia tendrá su oportunidad, lo cual es razonable, porque razonable y deseable es que la crisis provocada por los centros tradicionales de poder del país pueda ser resuelta del modo menos traumático posible. No obstante, esas gestiones diplomáticas en modo alguno deberían servir para dar una salida falsa a la grave situación. La OEA ha sido clara en sus exigencias, la comunidad internacional en pleno ha rechazado el golpe de estado y, en consecuencia, no debe existir la más mínima duda sobre su resolución, que no puede ser otra que la restitución democrática, que la palabra vuelva al pueblo hondureño. La élites económica, los jueces, los obispos y los militares de Honduras deben asumir que sustituir esa palabra por intereses espurios es una práctica que debe quedar relegada al pasado. De no ser así, sería exigible a los organismos internacionales que actúen en consecuencia con sus proclamas.

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