CRíTICA jazz
Con un piano intimista, Omar Sosa conquista el alma de Getxo
Pablo CABEZA
No es cuestión de cargar contra la actuación de Diane Schuur, pero la jornada de Omar Sosa Afreecanos Quartet fue otra película. El jazz fluía pero, más por las venas internas de la noche, por el concepto de la música libre, que por normas, sonoridad o esquemas a seguir. Otra buena noticia es que no hubo público soberano, vamos, aplaudidores, quizá desorientados porque los esquemas musicales no seguían las habituales pautas del jazz clásico más conformista y reiterativo, o porque no corrieron las invitaciones de inauguración de festival.
El primero en aparecer sobre el escenario fue el simpático y largo Omar Sosa. Después, paulatinamente, se fueron incorporando, como cazadores al acecho, el resto de músicos. Desde el inicio, Omar optó por combinar romanticismo lírico con piezas y momentos de fluido jazz latino, además de delicadas relaciones con el folclore africano. Fue un concierto serio, dinámico y con la justa extroversión propia de todos los festivales.
Tras un corte brioso, Sosa deja el piano, busca el aplauso del público, lo obtiene intenso y acalorado y en un menos de un minuto, animado, intenta explicar a los de la derecha, la izquierda y el fondo que a su indicación aplaudan bien los de aquí, los de allá o el fondo, al tiempo que su percusionista añade algún que otro conjuntado golpe intermedio. La cuestión es que la gente del jazz no debe de estar muy habituada a estas cosas zonales, frente a los dicharacheros del rock, que se lo saben ya de carrerilla, así que, aunque intentaron seguir al maestro, allí aplaude o percuta todo el gallinero, sin ánimo de ofender ni cacarear.
«Afreecanos», disco del año pasado, posee pasajes de íntima belleza. Cabía dudar si sus colores, cumbres y olores podrían pasarse al directo, pero Omar nos enseñó, con el corazón, que sí. Su piano sonó melódico en buena parte del concierto, con momentos de hermosura sublime, introspectivo, de un romanticismo cruel. Puede que para algunos oyentes las líneas melódicas fuesen demasiado nítidas y asequibles, alejadas del jazz más libre y vanguardista pero, del romanticismo melodioso de Omar a la pasta ambiental de Richard Clayderman, van las lágrimas doradas que genera el primero. Con Sosa y su grupo africano los ojos se cierran solos para iniciar un viaje onírico. En esta vida, pocas cosas son tan necesarias y puras como la belleza y Omar jugó con los sentimientos, con las evocaciones, como si fuese un creador de ensueños y lianas con las que viajar. Sosa dibuja la selva entre las blancas y negras de su piano, la banda crea onomatopeyas de aves y pájaros con diferentes artilugios. Además, en Getxo llueve en ese instante, así que hasta el ruido del agua cayendo por los laterales de la carpa acompaña a un momento tan delicado. La cuestión es dejarse llevar incluso aunque seas un fornido barco de papel, quizá preguntarse qué canta, en qué lengua, el músico de la túnica verde, qué polvos guarda en su misteriosa bolsa colgada del cuello.
A los 45 minutos de concierto, Sosa ha descubierto las claves del concierto. Se corre el riesgo de caer en la reiteración, algo que no debe suceder en un concierto de escasa hora y media. Pero el brujo Omar, como si lo adivinara, reacciona en ese preciso momento y traza una transición imperceptible hasta el apasionado y sensual ritmo afro-cubano final. Los aplausos suenan tan fuertes que el cubano de Camagüay se anima, deja el piano, se levanta, presenta a la banda y solicita unas palmas de acompañamiento para lanzar otro tema de física, quebrados y química.
Cuando las canciones no se sustentan en los trucos habituales y cuando el público no conoce estribillos, entre otras cosas porque no los hay, no es sencillo cautivar, mantener la atención. Omar lo consigue desde su capacidad lírica, desde los ambientes cubanos repletos de verano, promiscuidad animal y vida. Es posible que no fuese un concierto excesivamente jazzero, sin virguerías instrumentales, sin ecos de vanguardia. Poco importó, ayer puntuaba la sensibilidad de cada uno, la capacidad para dejar que las sensaciones ocupasen venas, músculos, vísceras y hasta uñas. Omar Sosa lo hizo hermoso, para unos quizá sensiblero, para otros perfecto, bello.
Hoy la cita será para Spyro Gyra. Veterana formación neoyorquina (1970) con 25 discos publicados. Cinco expertos en el jazz fusión, mezcla de jazz, funk, rock, pop y ritmo y blues. Todo interpretado inmaculadamente, para bien o para mal.
Anoche estaba previsto que el músico dominicano Michel Camilo actuara en la tercera jornada del Festival Internacional de Jazz de Getxo acompañado por el bajista Charles Flores y el batería Cliff Almond. Antes de la actuación, sin embargo, el músico afirmó que «el piano es una extensión de sí mismo» y que «los conciertos de piano solo son muy libres, están llenos de fantasía y romance y me permiten mucha exploración». Hoy actuará en Madrid, donde su visita posibilitará un reencuentro con Fernando Trueba, con quien rodó en 2000 el documental «Calle 54», aunque ambos habían trabajado ya en 1994 en un proyecto que verá la luz el próximo 15 de septiembre con el nombre de «Caribe». El músico, que ha sido nombrado director creativo de la Orquesta Sinfónica de Detroit, emprenderá una gira por Japón con Tomatito, con quien llevará a cabo un recuento de sus dos álbumes en común, «Spain» y «Spain Again».GARA
Artista: Omar Sosa.
Fecha: Jueves 2 de junio.
Lugar: Plaza Biotz Alai de Algorta.
Intérpretes: Omar Sosa, piano, Mola Sylla, voz y percusión, Childo Tomas, bajo y flautas y Julio Barreto, percusiones.
Aforo: Alrededor de 1.100 personas.