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Gorka ANDRAKA | Periodista

El descubrimiento del Primer Mundo

 

La leche bomba. Toda la desigualdad y la injusticia del planeta, todo el hambre de destrucción masiva, en un cartón de leche. Y a precio de ganga, menos de un euro el litro. «Te invitamos a seguir estos sencillos consejos para una vida sana y una alimentación equilibrada», señala afable la etiqueta del envase de la leche entera Eroski. Bienvenidos al paraíso.

«Consejos para una vida sana: Haz 5 comidas al día, empezando con un desayuno completo. Come de todo, te asegurarás una alimentación equilibrada. Consume al menos 5 raciones de frutas y verduras al día. Aumenta el consumo de alimentos con fibra. Reduce el consumo de grasas saturadas. Modera la ingesta de sal y azúcar. Bebe entre 1,5 y 2 litros de agua al día. Mantente físicamente activo». La etiqueta suena a gloria. Y no es para menos. Vivimos en el mejor de los mundos. Aquí, comemos de todo, y a todos, si hace falta. Aquí, por la gracia del capitalismo, ya no recordamos lo que es ser comidos.

Imagino un cartón de leche entera Eroski en cualquiera de las otras caras del planeta. Una señal. Un horizonte. Una esperanza. ¿Dónde queda el País de la Vida Sana? ¿Está muy lejos? ¿Cómo se llega? ¿Me harán un sitio? Imagino también a las autoridades locales, sus medidas preventivas: la leche bomba queda prohibida, por utópica, contagiosa, libertadora.

«La vida es un largo embrutecimiento. La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas; poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario», cuenta el poeta argentino Oliverio Girondo. Un día cualquiera, en el súper, descubres tu vida prendida de una etiqueta y reniegas de ella. Por inmoral, excesiva, insolidaria.


 
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