El futuro de la central nuclear de Garoña
Los imprevistos colocan el nivel de riesgo más allá de la seguridad tecnológica
Txisko FERNÁNDEZ | GASTEIZ
Un amplio debate social sobre los riesgos que entrañan las centrales nucleares se extendió en los años 70 por gran parte de Europa y en Euskal Herria tomó especial relevancia en torno al proyecto de Lemoiz. Éste fue finalmente desechado, como ocurrió con otros muchos al asumir los gobiernos que era necesaria una moratoria para evaluar los riesgos reales que conllevaba la extensión de una tecnología, basada en la fisión nuclear, de la que apenas se tenía más experiencia que la recogida tras las tragedias de Hiroshima y Nagasaki (1945) y las posteriores pruebas militares realizadas por las potencias atómicas.
Por tanto, la industria nuclear de uso civil apenas había comenzado a desarrollarse cuando en 1966 se inició la construcción de Garoña. El reactor de tipo BWR que utiliza fue diseñado a mediados de los años 50 por la compañía General Electric y se incluye en los denominados «de primera generación».
Evidentemente, el uso civil no tiene como objetivo provocar la muerte de personas y sus riesgos se han ido limitando según se ha avanzado en el desarrollo científico. No obstante, no por imprevistos, los accidentes registrados en las centrales nucleares dejan de tener serias consecuencias.
El más grave fue el de Chernobyl, en 1986: una explosión en su interior provocó la liberación de material radiactivo, causando la muerte directa a una treintena de personas, aunque son miles las que aún padecen sus consecuencias en Ucrania y en las zonas más afectadas por la nube radiactiva que viajó hacia el norte y el centro de Europa.
Chernobyl ésta en la cima, el nivel 7, de la Escala Internacional de Accidentes Nucleares (INES), que la etiqueta como «accidente grave». Los tres primeros niveles son la «anomalía», el «incidente» y el «incidente importante».
Ejemplos más próximos
En nuestro entorno más cercano no se han registrado hasta ahora «accidentes». Lo que sí tiene Garoña es un largo historial de incidentes y paradas no programadas, como recogía GARA en su edición de ayer.
Más grave -calificado en el nivel 3- fue lo ocurrido en Vandellós I, en Catalunya, el 19 de octubre de 1989, cuando un incendio en la zona de turbinas dañó los sistemas de seguridad y provocó su cierre.
En los últimos días de 1999, la central de Le Blayais -en el estuario de La Gironde, al norte de Burdeos- estuvo «muy cerca de convertirse en un auténtico escenario de catástrofe», según recogía el diario «Sud-Ouest» el 5 de enero de 2000. La fuerte tempestad que azotó las costas del Golfo de Bizkaia superó todas las previsiones y gran parte de la planta quedó inundada. La autoridad francesa encargada de la seguridad nuclear lo calificó en el nivel 2 y afirmó que «en ningún momento la situación ha sido amenazante [para la población]».
En Golfech, como en otras centrales francesas, fue la canícula del verano de 2003 la que justificó que se vertiera al río Garona agua de refrigeradores a más temperatura del tope legal preestablecido.
Y en noviembre de 2007, Ascó liberó partículas radiactivas al exterior. Aunque no se registraron afecciones radiológicas en los trabajadores, el director de la central fue destituido porque no notificó el incidente hasta abril de 2008.