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La gripe A empuja a los argentinos a la paranoia

La masiva epidemia de la gripe A ha contagiado -se calcula- a más de 100.000 personas en Argentina, y aunque a muchos millones no les rozó siquiera el virus H1N1, sí les afectó el de la paranoia y el temor infundado, potenciado por la desinformación de las corporaciones mediáticas y la inoperancia con que enfrentó este fenómeno el gobierno Kirchner.

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Daniel GALVALIZI

E n abril era vista como algo exótico, que padecían en el lejano México. Pero en mayo llegó a las pampas el primer caso de esta influenza cuya primera marca mucho más popular y marketinera fue gripe porcina, y ya nada fue igual.

La cancelación de los vuelos con aerolíneas mexicanas, que conllevó chispazos diplomáticos con el gobierno de Felipe Calderón, no alcanzó para que turistas de otras compañías llegaran con trasnbordo desde Chile o Panamá desde el país que fue epicentro de la gripe. Por eso, al principio los pocos casos se circunscribieron a los turistas.

Pero con el correr de las semanas, la situación se salió de control. La gripe A traspasaba clases sociales y zonas geográficas. Todo esto en medio de una campaña electoral caliente, crispada y en la que el Gobierno y sus opositores usaron todo lo que tuvieron a su alcance para ganar en los comicios parlamentarios del 28 de junio pasado.

A fines de mayo, los infectados aumentaban. Nada muy diferente a lo que aconteció en otras latitudes. Lo que sí varió fue la actitud de los gobiernos. El de Argentina tenía a cargo del operativo para mitigar los efectos de la enfermedad a una ministra tambaleante, Graciela Ocaña, cuya renuncia se venía anticipando desde hace meses por una puja interna entre sectores del oficialismo.

Tal es así que Ocaña renunció al día siguiente de las elecciones y tomó su cargo Juan Manzur, especialista sanitario que tenía como deber darle un norte a un operativo estatal negligente y desorientado.

Pérdidas millonarias

Los medios también jugaron su tajada. Para ellos, mejor alentar el pavor antes que recordar que la alarma debe ser para los inmuno suprimidos, para los ancianos y los niños, y que si bien su contagio es muy fácil, los casos graves y fatales son la minoría. El temor tendrá sus costos: analistas calculan que la gripe A provocará la pérdida de 6.000 millones de euros a la economía local.

También vale recordar que la influenza A afectó a Argentina justo en el comienzo del invierno, que cambio climático mediante cada vez es más benigno pero igual no deja de haber temperaturas por debajo de los 10 grados, lo que hace más proclive el contagio.

Desde el primer momento, los grandes medios masivos batallaron para instalar el miedo y sobre todo tras las elecciones, cuando ya no hubo debate político que llenase los espacios. Se cuentan los muertos por esta gripe como si fueran las víctimas que se van hallando por un terremoto o un derrumbe, cuando las estadísticas muestran que por la influenza común en promedio todos los años mueren 3.200 argentinos.

Pero la gente es proclive al pánico, más cuando la bombardean flashes informativos constantes con terror, y a la paranoia. La ssicosis llevó a que, sin estímulo estatal, comenzaran a suspenderse casamientos y las tradicionales Fiestas de 15 (celebración masiva de las chicas por su cumpleaños número 15 muy populares en este país).

En el abarrotado metro del centro de Buenos Aires, todos cunden en pánico ante el primer estornudo o tos. Se ven algunos tapabocas (barbijos son aquí), aunque llamativamente no son moneda corriente al caminar las calles porteñas. Será tal vez por la conocida devoción por la estética y el lucimiento físico de los que habitan la capital argentina.

Lo que sí es furor es el alcohol en gel. En algunos lugares de trabajo se entregó a cada empleado una botella personal o se dio un pote grande para cada habitación. También a la entrada de varios edificios u oficinas se puede ver el célebre alcohol que promete espantar virus.

Incluso este cronista reaccionó sorprendido cuando hace pocos días al ingresar a una embajada para asistir a un seminario el guardia le requirió, tras examinar por seguridad su equipaje, que se refregara un poco de alcohol en gel en las manos.

La famosa calle Corrientes de Buenos Aires, que aglutina la oferta teatral más importante de Latinoamérica, también acusó recibo: ante la falta de público por el temor a espacios masivos, los empresarios teatrales decidieron clausurar las obras por unas semanas.

Cuando los votos pasaron, pareció que la gripe empeoró de golpe, como si la actitud previa del Gobierno nada hubiera tenido que ver. Pero la reacción tardía llegó, y la sociedad, a pesar de la resaca electoral, lo notó. Ofuscada, vio cómo el nuevo ministro de Salud ordenaba suspender las clases para todos los alumnos del país, aunque paradójicamente no fueron cerrados los centros comerciales ni los cines ni todos los lugares a donde los chicos pueden ir a esparcirse cuando no acuden a la escuela.

El Estado no está

En ese sentido, la filial argentina de la ONG Médicos del Mundo fue tajante en un informe que dio a conocer recientemente: en la forma de lidiar con la epidemia hubo una «ausencia de rectoría del Estado nacional».

En su duro reporte de 16 páginas, Médicos del Mundo denuncia que la situación «claramente desborda en demanda a los servicios públicos de salud, y resulta una amenaza a la salud colectiva. A su vez, se generó un caos desinformativo, se potenció la descoordinación y fragmentación imperante en los criterios de intervención en el sistema».

Más grave aún, la ONG duda severamente de los datos brindados por el Gobierno, y asegura que debido a la dimensión y diseminación de la enfermedad, «en un escenario de los más realistas debemos hablar de por lo menos 3 veces más» la cifra de las muertes por gripe A -que actualmente suman más de 80- aunque aclara que esa ponderación mantendría igual al virus H1N1 en un bajo nivel de letalidad comparativa.

No es casualidad que las cifras se pongan en duda en la Argentina. El INDEC -el instituto estatal de estadísticas- está fuertemente cuestionado hace años por la intervención de operadores del Gobierno para que muestre índices de inflación simulados groseramente a la baja, lo que le valió el descrédito internacional a las cifras oficiales argentinas y el quiebre de la confianza de la ciudadanía para con el gobierno de los Kirchner.

Pero en el verano hubo un primer intento de ocultamiento referido a la salud pública: el dengue. Con casi 20.000 infectados, especialmente en el norte pobre de este país, la enfermedad fue encarada con negligencia y ocultamiento por parte del Gobierno.

En su estrategia de esconder las cosas, parece que esta vez el Ejecutivo de Cristina Kirchner volvió a sufrir una jugada en contra.

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