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Fermín Gongeta Sociólogo

¿Evidencias? No, gracias

La expresión «evidentemente» se ha convertido en una coletilla de los contertulios de la radio y de la televisión cuando no encuentran argumentos que esgrimir. También, o sobre todo, la utilizan los políticos que pretenden vendernos sus ideas e incrustarnos sus apreciaciones sin razonamiento alguno. Los ministros exculpan sus acciones por el método de la evidencia. «Es evidente que lo exige el pueblo» dicen. No necesitan pruebas. El pueblo les eligió, poco importa el apaño o el fraude necesario para conseguirlo. Su asentamiento en las poltronas del poder les permite todo tipo de abusos frente a cualquier disensión por insignificante que sea.

Tampoco necesitan pruebas ni razones los poderes judiciales ni policiales. Ellos están para mantener el orden absoluto, la quietud de los ciudadanos frente a los políticos que les alzaron a sus puestos.

Lo que sí se ajusta a los hechos es la ley del 80/20 de Vilfredo Pareto, convertida en el 95/05. Ella nos indica la existencia del 95% de la población mundial que muere de hambre, sed, enfermedades, persecuciones y guerras, mientras que un 5% de los habitantes del planeta se ha apropiado impunemente del 95% de las riquezas globales.

Para ese cinco por ciento de mandatarios del mundo y de cada país, la actividad del pensamiento, la labor intelectual, se ha convertido en una mercancía. Las empresas de la edición, del periodismo y de la cultura se han transformado en meras industrias generadoras de beneficios y de personal sumiso. La producción de ideas no hace sino padecer la estrechez de la miseria.

El prototipo de colonización mental son los EEUU de América. El resto de los gobiernos de los países desarrollados no son sino continuadores de su desastre humano.

«Ya sea durante la Guerra Fría, o cuando algún régimen progresista gana en América Latina, los EEUU de América jamás han descuidado la lucha en el terreno de las ideas. Y bajo la apariencia de defender la `democracia' promueven en realidad su modelo económico social y político» (Hernando Calvo Spina). Es el modelo del dominio sobre el pueblo, en busca de su sumisión.

Antes del ataque contra Afganistán, la entonces secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, convocó a los responsables de las cadenas de televisión del país para hacerles saber que el Gobierno no quería ver «civiles heridos» en las pantallas. Todos siguieron el consejo y colaboraron con el Gobierno, de la misma manera que lo hizo el mundo de la edición. Ninguna de las grandes editoriales -las cinco primeras controlan el 80% de los libros más difundidos- lanzó una sola obra crítica sobre la guerra y la política exterior de George W. Bush. Son las motivaciones políticas las que han determinado la elección editorial de los grandes grupos. Únicamente cuando la situación política se deteriora, las empresas de la información se lanzan a publicar textos críticos, hasta el punto de convertir algunos en verdaderos best-sellers.

Tras la bancarrota del 2008, todas las informaciones mantienen hoy que ha llegado la crisis, incluso la quiebra, de las empresas industriales, abarcando a las periodísticas y de edición. Algunos lo achacan a la falta de publicidad, a la presencia de internet o a los diarios gratuitos. La prensa de pago ha reducido sus ventas: «Deia», «El Correo», «El Diario Vasco», «El País», «El Mundo»... de la misma manera que los grandes periódicos franceses, «Liberatión», «Le Monde» o «Le Monde Diplomatique».

El sindicato interprofesional de la prensa en el Estado francés en un comunicado publicado por Acrimed señala que «los asalariados de la prensa y de los medios informativos son desde hace algún tiempo el objetivo empresarial... no hay ningún grupo, ni título ni redacción ni oficio que se escape... entre planes sociales, salidas llamadas voluntarias, o prejubilaciones no sustituidas, los que quedan se ven aplastados por la carga y el tiempo de trabajo... la crisis económica es hoy el pretexto ideal de los patronos para acentuar la destrucción de las empresas de prensa y de medios de información... y cuando no es la crisis económica, es en nombre del progreso y de la rentabilidad que los patronos imponen la reducción de efectivos...».

El tan estimado en otro tiempo cuarto poder de la vida pública se ha convertido en una mediocre correa de transmisión de los poderes del estado de quien espera la salvación económica, que no ideológica, en medio de la crisis.

En un controvertido libro titulado «Media-Paranoïa» publicado a principios de año por el director del diario «Liberation», Laurent Joffrin (Ed. Seuil), tras afirmar que el periodista y el hombre político son complementarios, mantiene que en estos momentos de crisis es el Gobierno quien debe ayudar a las empresas de la información, excluyendo a lo que denomina «prensa de distracción o muy especializada».

También Bernard Poulet, redactor jefe de «L'Expansión», pide subvenciones del Gobierno en su libro «El fin de los diarios» (Gallimard 2009) ¿Por qué no hacerlo si ya el año 2007 el filósofo alemán Jürgen Habermas preconizaba que el Diario de Alemania del Sur, «Süddeutsche Zeitung», en grave crisis, debía ser adquirido por el Gobierno?

Si los gobiernos apoyan a partidos políticos, sindicatos y prensa, ¿me quieren explicar dónde queda nuestra libertad, base de la democracia?

Las empresas de la información han seguido durante estos últimos años el mismo modo de gestión que el resto de las empresas industriales o comerciales, imitando al capitalismo más duro en una enorme aberración gerencial.

Este desatino ha consistido en pretender el crecimiento a cualquier precio. Ni crecimiento ni desarrollo sostenido equivale a desarrollo equilibrado. Cada objetivo empresarial, lo que se ha dado en llamar «objeto social», tiene sus limitaciones. Ni más datos constituyen más información, ni tampoco más hojas entregan mejor contenido al lector. El crecimiento, por aquello de que «si no creces te devoran», ha llevado a muchas empresas, incluidas las de la información o de edición, a hacerse con estructuras excedentarias, o con subcontrataciones más costosas y menos controladas, o lo que puede ser peor aún con contratos de personal claramente abusivos.

El crecimiento a cualquier precio también ha conducido consecuentemente a las empresas a lo que sus representantes y directivos llaman diversificación. Junto al diario me entregan vasos de diseño, música, toallas, mochilas, libros, memorias USB, ofertas de viajes. Estos reclamos, similares a los que nos ofrecen los bancos si domiciliamos en ellos la nómina, no fidelizan al cliente lector, como tampoco garantizan los intereses bancarios.

Cada empresa de información tiene un ámbito de actuación, una territorialidad de clientes y una esfera de pensamiento. Saber ponerse límites puede resultar duro, pero es imprescindible. La libertad de expresión, como toda libertad, tiene un precio, un precio que ¡ojala no sea más que económico! Porque si le llegan las subvenciones del gobierno, el precio a pagar se hace ideológico.

Los gobiernos se han acomodado magníficamente a una prensa que les apoya en sus posicionamientos políticos y que en su época de crisis emite quejidos mendigando subsidios. Si el gobierno subvenciona la prensa, ésta se someterá al poder. Es lo que hacen los grandes grupos. La democracia que propugnamos necesita el control ciudadano sin relajo, a través de una prensa independiente, que critique de manera permanente las constantes desviaciones del poder político. Nos sobran noticias sensacionalistas de rancio sentimentalismo. Cada vez es más necesario, en un Occidente que bascula hacia la recalcitrante derecha, un periodismo crítico y comprometido. Un cuarto poder que haga camino al quinto poder, el de los ciudadanos, que en democracia debiera ser el primero.

La importancia de editores y publicaciones independientes es clara, mantiene Schiffrin. («Manière de voir», nº 104). Su número ha aumentado de manera impresionante a lo largo de los últimos años en Occidente, aunque la manera de mantenerles con vida sea menos evidente. «No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo... porque cada día es un comienzo nuevo, porque ésta es la hora y el mejor momento» (Mario Benedetti en Argenpress 2008-9-27).

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