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CRÓNICA Festival de jazz de Gasteiz

De fructíferas conexiones musicales e inacabables noches de gospel

Comenzó el pasado lunes la segunda jornada del Jazzaldi gasteiztarra con la tradicional «Konexioa» entre músicos vascos y luminarias internacionales. Una iniciativa que (como ocurriera el pasado año entre Jean Marie Ecay y Rick Margitza) sigue dando apetecibles frutos.

Javier ASPIAZU

En el Teatro Principal, el contrabajista donostiarra Gonzalo Tejada al frente de un aguerrido trío completado por el inspirado Roger Mas, uno de los pianistas más fecundos de la actualidad, y el siempre sutil David Xirgú, a la batería, enfrentó su universo creativo al de la trompetista Ingrid Jensen, miembro de la célebre Big Band de María Schneider y una de las tres mejores trompetistas canadienses, según la crítica.

Era éste un concierto preparado a través de Internet, y el trío de Gonzalo Tejada había conocido a la Jensen sólo cuatro horas antes de salir al escenario. Sin embargo, los resultados fueron de una sorprendente calidad, sobre todo a la hora de recrear los temas de la canadiense. Escuchándolos pudimos disfrutar de la variedad de recursos de esta intérprete, que matizó de forma magistral su sonido con la sordina y complementó trompeta y fliscornio con soberbia facilidad, en un discurso fluido y rotundo que sirvió para hacer de «Uperfargo»(pieza dinámica con un intenso desempeño rítmico y atractivo perfil melódico, a pesar de su complejidad) el tema de la noche. Otros momentos logrados de este concierto los propiciaron temas de Gonzalo Tejada como «3 y 4, 34» y el bis, «New Life», en los que hubo de ser la trompetista quien se amoldara al discursivo elusivo, velado, nunca obvio, pero siempre personal y sugerente del donostiarra.

Recordando estos instantes de buen jazz acudimos algo más resignados a atizarnos la doble sesión de gospel que nos esperaba en Mendizorrotza.

John Scofield, en un proceso de reconversión continua de sus intereses musicales presentaba su disco dedicado a los spirituals: su «Piety Street». El arte es una cuestión de deseo y parece que el de este gigante de la guitarra consiste en no estancarse, en transitar todas las latitudes musicales posibles pero sin perder, eso nunca, sus señas de identidad: ese fraseo firme, de gran seguridad rítmica, que le caracteriza. Entre los miembros de su Piety Street Band se significó, para bien y para mal, John Cleary, un teclista eficaz, que provocó en varias ocasiones los aplausos del agradecido público, aunque su voz más cercana al country texano que al gospel le restara cierta credibilidad. Scofield, por supuesto, trascendió lo que hubiera sido un tópico recital de clásicos del género realizando algunos solos impactantes: en «Angel of Death» por ejemplo, dosificó hábilmente los efectos de saturación y reverberación. Y hacia al final, en el poderoso «It´s a big army», recurrió a uno de sus efectos preferidos: tirar de las cuerdas con la mano izquierda para producir maullidos e inflexiones insospechadas. Incluso se atrevió a poner una coda reggae a un clásico tan solemne como el «Motherless child». Pero todo ello estuvo al servicio de un repertorio vocal que, interpretado por Cleary, acabó por resultar redundante.

A continuación los Blind Boys of Alabama desataron, como era de esperar, el entusiasmo entre el respetable. Hábil combinación de timbres vocales y apogeo de ritmo en una tradición que se remonta a siete décadas atrás. Resultones temas de su último Grammy «Down in New Orleans» e incluso versiones espirituales de los Neville Brothers y de «The house of the rising sun». Paseos entre el público del octogenario Jimmy Carter -¡qué aguante!- y delirio casi generalizado. Todo eso ofrecieron y, al parecer sólo quien les habla, y quizá algún otro raro contaminado de jazz, contemplaron aliviados el final de un concierto que prometía en lo sucesivo mejores jornadas para la música improvisada. Así sea.

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