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J. Ibarzabal Licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas

Sentido internacional de la lucha de Euskal Herria

El autor realiza en su análisis un recorrido que parte de la decisión del Tribunal de Estrasburgo de avalar la Ley de Partidos y sus implicaciones en Euskal Herria, para llegar a un diagnóstico sobre el futuro de Europa. Un futuro que consiga ilusionar a sus ciudadanos y que debe pasar ineludiblemente por el impulso vital que supone el esquema de la Confederación de los Pueblos Soberanos de Europa.

La reciente decisión del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, avalando la ley de partidos aprobada por el Parlamento español, consolida jurídicamente la expulsión de la vida política de la izquierda independentista vasca. Se rumorea que esta decisión de Estrasburgo podría ser fruto de un cambalache previo entre la Corte europea y las autoridades españolas y habría estado condicionada a la autorización del Tribunal Constitucional español (enmendando la plana al Tribunal Supremo) a la candidatura de Iniciativa Internacional-Solidaridad entre los Pueblos al Parlamento europeo.

Todo hace presumir que la razón de Estado, en este caso del Estado español, ha movido a los jueces europeos a dictar una sentencia chapuza, condicionando de forma escandalosa los criterios de libertad en el ejercicio de los derechos humanos a los de seguridad interna.

La ideologización de la sentencia tiene un claro matiz político. Imaginemos por un momento que ésta hubiera sido favorable a los intereses de Batasuna. Hasta el más necio sabe que el potencial de la izquierda abertzale es de 200-250 mil votos, lo que se habría reflejado en las siguientes confrontaciones electorales. Este respaldo electoral, adecuadamente gestionado, otorga un poder político que pone los pelos de punta a las autoridades españolas, a los poderes fácticos y a las instituciones europeas, ancladas en la soberanía y hegemonía de los Estados mastodónticos europeos, nada proclives al ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos que configuran Europa.

Este planteamiento puede ser un poco el «cuento de la lechera». ¿Quién asegura ese potencial de la izquierda abertzale? ¿Quién asegura una gestión socialista y auténticamente popular de ese potencial?

Es paradójico, pero Estrasburgo es el «culpable» indirecto de que haya pruebas empíricas del potencial de la IA. Como contrapartida al aval de ilegalización de Batasuna, obliga a la autoridad española a legalizar II-SP, con resultados asombrosos de esta coalición en Hego Euskal Herria. En condiciones totalmente adversas (incluido el pucherazo electoral) logra 140.000 votos y deja patente su poderío. Ya no nos movemos sólo en el campo metafísico de las conjeturas cuando hablamos del potencial de la IA. Hay pruebas empíricas muy recientes gracias a la «colaboración» de Estrasburgo.

Por lo que se refiere a una gestión socialista y popular, la izquierda abertzale ha demostrado sobradamente su capacidad de gestión en los numerosos municipios donde ha ejercido el poder. Ha mostrado su espíritu socialista y su actividad eficaz y honrada en situaciones difíciles y comprometidas.

En el plano internacional, uno de los retos más importantes es determinar qué camino debe seguir la Unión Europea para ilusionar a sus ciudadanos y ciudadanas. Hasta el momento no lo ha conseguido. Inundada de tecnócratas, no ha encontrado el aliciente, que pasaría por impulsar un cambio profundo en la concepción de la Europa de los Estados. Europa debe ser algo más que un muro de contención para evitar la tercera guerra mundial. Su total subordinación a la política hegemónica de los EEUU reduce al mínimo sus inmensas posibilidades culturales. Hay que salir del atolladero subordinando la razón tecnológica, deshumanizada, a la razón humanística, en la que Europa ha escrito páginas brillantes a lo largo de su historia.

Maastricht no es la solución. Es más de lo mismo. La Europa de los Estados mastodónticos reproduce una vez más el principio de identidad cultural mal aplicado. Sólo respeta la cultura de los Estados homologados, quedando las regiones, los pueblos, reducidos a meros adornos. Cuando éstos reclaman sus derechos soberanos, la respuesta es la indiferencia o la represión feroz.

Decíamos que Europa ha equivocado su camino. La Europa de los Estados conduce, en términos metafísicos y como demuestran los hechos, a la nada, al no ser europeo. En términos físicos, a la desilusión de la ciudadanía, desilusión que se pone en evidencia en la escandalosa abstención a las elecciones al Parlamento europeo.

Euskal Herria, actualmente bajo el dominio de los Estados español y francés, es uno de los países más representativos en la lucha por la liberación nacional y social de las Naciones sin Estado. Lucha que, con frecuencia, adquiere carácter épico.

No se lucha por fastidiar a España o a Francia. Se lucha por la construcción de un pensamiento identitario que congenie las exigencias polares de la identidad (recuperación de la identidad cultural plena) y de la diferencia. Diferencia que se plasma en el ejercicio del derecho de autodeterminación. En este ejercicio vemos una posibilidad real de ilusionar al colectivo europeo, cuya punta de lanza en la actualidad es Irlanda, Escocia, Córcega, Bretaña, Cataluña, Euskal Herria...

El esquema de la Confederación de los Pueblos Soberanos de Europa (CPSE) es el impulso vital que necesita Europa para salir de su actual parálisis. La coronación de Carlomagno como emperador en Roma en el año 800 (nacimiento del Sacro Imperio Romano, con capital en Aquisgran) es el último intento de reconstrucción del imperio romano de Occidente. En 843, en Verdum, los nietos de Carlomagno Lotario y Luis Carlos se repartieron el Imperio, naciendo la Europa fraccionada con nuevas naciones, nuevos idiomas y una nueva mentalidad. Al día de hoy, Europa necesita ser readecuada con el impulso de las nuevas Naciones sin Estado, que determinen la diferenciación en la unión del CPES.

Pero la tarea de remodelación europea no acaba ahí. Una Europa fuerte, incluida Rusia, debería ejercer su poder para poner fin a la nefasta influencia de los Estados hegemónicos, que tanto daño han hecho a la humanidad con las prácticas del colonialismo y del neocolonialismo. Para ello el papel de la ONU es crucial. No nos referimos por supuesto a la ONU actual, al servicio de los Estados hegemónicos (y especialmente de EEUU), sino a una Organización de Naciones Unidas transformada en lo sustancial y con poder suficiente para imponer en el mundo la paz y la justicia social. Un mutuo apoyo de conveniencia se establecería entre esta nueva ONU, favoreciendo el ejercicio del derecho de autodeterminación y los nuevos bloques políticos, que cederían importantes cotas de poder para que el organismo internacional cumpla su misión.

Es decir, un mutuo apoyo de conveniencia que permita vislumbrar un futuro en el que se satisfagan simultáneamente las reclamaciones de las Naciones sin Estado y el robustecimiento de la ONU, lo que podría derivar en la Confederación de los Pueblos Soberanos del Mundo (CPSM).

Para llevar a cabo esta «utopía desde el realismo» hay que mantener en marcha la maquinaría para dar los primeros pasos del proceso. Euskal Herria está cumpliendo con crecer el papel que la historia le ha asignada, dando un sentido internacional y solidario a sus reivindicaciones de Estado soberano. Gracias sean dadas al Tribunal de Estrasburgo, si efectivamente ha colaborado en la legalización de la lista encabezada por Alfonso Sastre y a la impresionante movilización del electorado de la izquierda abertzale que ello ha provocado.

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