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ANÁLISIS Panorama político en Irán

El difícil mandato de Ahmadinejad

Al presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, le aguarda un difícil mandato presidencial. En los próximos cuatro años deberá hacer frente a las presiones extranjeras y a las disputas internas, que reflejan la compleja institucionalidad del país.

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

U no de los mayores errores que se aprecian al acercarnos a la realidad política y social de Irán es la de intentar encuadrarla conforme a parámetros eurocéntricos, buscando presentar el espectro político iraní como la división de dos campos ideológicos contrapuestos, los reformistas y los conservadores. En ese análisis simplista se deja de lado la existencia de un complejo sistema político donde la religión juega un papel determinante y se esconde una realidad política mucho más rica, donde existen diferentes tendencias, facciones, familias ideológicas que están en continúa pelea por adquirir mayor protagonismo o poder.

A este desbarajuste analítico contribuyen en buena medida algunos medios occidentales que confunden sus deseos con la realidad. Hemos visto cómo esos actores mediáticos han ido variando el eje central de sus discursos. Primero, nos encontrábamos ante una supuesta revolución de colores y luego ante una probable pugna de poderes entre las diferentes facciones del régimen. Basaban sus predicciones en declaraciones de algunos actores locales, mayormente de la zona norte de la capital. En otros casos daban importancia a otros protagonistas confundiendo su peso real.

Un analista iraní comentaba con sorna la confusión en Occidente a la hora de dar protagonismo a determinadas fuentes. Llegaron a confundir, por ejemplo, a la Asociación de Profesores e Investigadores de Qom (un grupo de clérigos reformistas con poca incidencia política o religiosa) con la poderosa Sociedad de Profesores del Seminario de Qom (una asociación conservadora en torno a los ayatolah y que felicitó a Ahmadinejad por su victoria).

Los grandes derrotados en estas elecciones han sido los candidatos, Mir Hussein Musavi, y sobre todo, Akbar Hashemi Rafsanjani. El primero, presentado como la esperanza del cambio en Occidente, ha cometido importantes errores de bulto. Su alianza con Rafsanjani y Jatami provocó importantes rechazos entre sus propios seguidores, que no podían olvidar el papel de Rafsanjani hace veinte años, buscando acabar con la carrera política del propio Musavi.

Tampoco tuvo mucho acierto cuando proclamó su victoria nada más cerrarse las urnas, siguiendo el clásico manual para generar la posterior confusión en torno a las elecciones.

Esa alianza contra natura ha generado muchas grietas en el soporte de Musavi y ha supuesto que algunos apoyos que podía haber tenido entre los partidarios del actual sistema hayan optado por darle la espalda.

Otro que tampoco ha salido muy bien parado ha sido Rafsanjani. Si en 2005 fue derrotado por Ahmadinejad, en esta ocasión ha optado por apoyar a Musavi en lugar de enfrentarse directamente con el presidente.

Su figura es una de las más rechazadas por la mayoría de la población, que ve en él la personificación de «la corrupción y del abuso del poder en beneficio propio». Es evidente que este camaleón político está perdiendo buena parte de su poder, y que los ataques directos de Ahmadinejad contra su persona durante los debates electorales le han debilitado todavía más.

Por ello, tras las elecciones ha seguido forjando su estrategia en torno a tres pilares: mostrar su apoyo a Musavi y sus seguidores, presentarse como el principal oponente de Ahmadinejad (haciendo un guiño a Occidente) y criticar a parte del establishment actual, pero sin atacar al líder supremo. De ahí su interesado discurso del pasado viernes, presentando «la situación en Irán como una crisis». Tras estos movimientos se oculta la intención de «capitalizar de forma pragmática las protestas contra el régimen y buscar desesperadamente su supervivencia en esas esferas del poder».

Los vencedores son Ahmadinejad y el líder supremo Ali Jamenei. A pesar de todas las campañas para demonizar la figura de Ahmadinejad, éste cuenta con un importante soporte en Irán. Su apuesta por luchar contra la corrupción, sus medidas para acabar con las políticas privatizadoras impulsadas por Rafsanjani, una orientación más cultural hacia el islamismo junto a su origen humilde y su rechazo a cualquier ostentación material, generan importantes apoyos en una sociedad como la iraní, en cierta medida cansada de los tejemanejes de personajes como Rafsanjani.

Algunos analistas locales coinciden en que Ahmadinejad «es un importante líder de una facción que ha incrementado su poder e influencia dentro del sistema pero que no ha logrado dominarlo en su conjunto».

Jamenei, que sigue manteniendo un soterrado pulso con Rafsanjani, también ha salido reforzado. Pero al igual que éste, antepone su propia supervivencia en la cima del régimen.

El llamado campo reformista quiere dar muestras de unidad, pero tras esa fachada se esconden importantes diferencias ideológicas que harían muy difícil mantener esa alianza en el futuro. Los conservadores reformistas de Musavi, los conservadores liberales de Jatami, los tecnócratas de Rafsanjani, los conservadores tradicionales de Nategh-Nouri y otras fuerzas de derecha más moderada como Larijani, han salido derrotados en estas elecciones, mientras que la facción de la derecha islámica se ha impuesto.

Los primeros pasos de Ahmadinejad parecen orientarse a una cierta «moderación» que corte de raíz los argumentos de sus opositores. La elección de Ali Akbar Salehi como responsable de organización al frente del programa nuclear -en el pasado logró acuerdos importantes con Occidente- es un signo de esa tendencia.

El nombramiento del polémico Esfandiar Rahim Mashai como vicepresidente se interpreta en la misma línea. El presiente iraní se ha encontrado con el rechazo abierto de algunos de sus teóricos apoyos, lo que muestra que la complejidad institucional iraní no dará ninguna facilidad a Ahmadinejad.

En política exterior, ha adelantado su intención de buscar «un acuerdo constructivo» con el mundo. Asimismo, rechaza los intentos de aislar a Irán.

Las influencias y disputas entre los diferentes grupos ideológicos, las presiones de los llamados «barones provinciales» y otros lobbys para incrementar su poder, junto a las presiones de agentes extranjeros, son algunos obstáculos que no facilitarán el mandato presidencial.

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